—Extraño a mi mamá, ¿no podemos ir?

—Estás en medio de una prueba, Ilora. No quieres hacer enojar a la bruja, ¿cierto? —comentó al posar sus labios en la parte superior de mi cabello. Tardó más del tiempo que debía y estuve tentada a inclinar mi cabeza un poco y quizás levantarme sobre las puntas de mis pies. Lo que fuera para poder sentir sus labios en los míos. Sin embargo, solo suspiré y me moví un poco para que detuviera lo que sea que estuviera haciendo. No quería crear incomodidad en ninguno de los dos y creo que él lo entendió, pues se alejó un par de pasos y me ofreció su mano, antes de afirmar que hoy me ayudaría a realizar cualquiera de las tareas que Lu tuviera para mí.

La sección de entrenamiento era muy grande y al aire libre. Seccionados por vallas de madera, el primer grupo entrenaba el manejo de las espadas; el segundo, sobre unos delgados troncos de más o menos un metro de altura, entrenaban con el arco y las flechas, teniendo como objetivo frutas que eran lanzadas en el aire y unos raros muñecos de paja; mientras el tercer grupo practicaba lucha cuerpo a cuerpo entre sí. Me agradó descubrir que había hombres y mujeres en cada sección. No eran tan excluyentes como había pensado en un principio.

Eran enérgicos y fuertes, al igual que los elfos, aunque los licántropos eran más ruidosos y menos gráciles en sus movimientos. Era fácil concluir que el reino élfico era más estratega, mientras que los lobos eran contundentes y certeros. Habría sido una buena lucha para ver. Tendría que pedirle a Castiel y Brennan que lucharan para mí. Con fines académicos, claro.

—Deberías estar siendo entrenada con ellas —susurró Alhaster, junto a mí, quizás queriendo evitar que algún licántropo se ofendiera porque criticaba sus métodos.

Seguí su mirada, encontrándome con una docena de féminas que parecían jugar un muy rudo intento de quemados. Las mujeres, cuyas edades parecían variar de los diez a treinta años, saltaban de una rama a otra y lejos de tocarse con la mano, o balones en su defecto, ellas luchaban cuerpo a cuerpo en el lodo.

Se divertían, eso era obvio por sus risas y los aplausos y vítores de algunos espectadores, que habían dejado de entrenar para observarlas. Dejando de lado a las chicas, caminé en dirección a las secciones, para que me asignaran lo que sea que tuviera que hacer.

Y como podía adivinar, no fue agradable. Me mantuvieron de un lado a otro llevándoles agua o cambiando las toallas, recogiendo flechas caídas o retirándolas de los muñecos; todo eso sin contar las muchas frutas destruidas que tuve que retirar de los troncos, para que nadie se hiciera daño. Estaba segura de que al final del día terminaría oliendo a ensalada tropical, y rogaba al cielo que sólo a eso.

¿Hasta cuándo estaría en esa situación? Jamás me habían hecho sentir tan poco en mi vida. Sentada bajo la sombra de un árbol, me encargaba de pulir algunas espadas con un viejo retazo de tela gris.

—¿Esto era lo especial que prometiste? —reclamé a mi dragón, mientras limpiaba una hermosa espada—. No le veo lo romántico a esto.

—Lo siento... intenté hablarlo con Brennan, pero parece que Lu está muy convencida de sus métodos—se disculpó al sentarse a mi lado y recostar su cabeza contra el grueso tronco del árbol que nos protegía—. Créeme, tengo un plan.

—¿Cómo van esas espadas? —preguntó una enojada Lu al detenerse frente a nosotros. No sabía cómo, pero siempre aparecía cuando menos la esperaba.

—Parecen espejos —comenté al tenderle una, observando como hacia un gesto de reproche—. ¿Qué?

—No sirves para nada, esto está horrendo —dijo al incrustar la espada en el suelo. ¿Horrendo? Podía ver mi rostro en el filo de esa arma. Mis manos se empuñaron con fuerza para no gritarle varias cosas—. ¿Te has enojado por la verdad? Qué inmadura.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora