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POV:  Kim Yongsun

Seúl, Corea del Sur.

Compré un ramo de margaritas amarillas, que era su color favorito, y avancé a paso lento por un camino de piedras, hasta llegar a los amplios jardines. Hay una belleza inherente a los cementerios, en la manera como crecen los árboles y las tumbas se llenan de flores: pareciera existir una perfecta dualidad entre la vida y la muerte.

Sé que a Kwang no le hubiese gustado ningún rito religioso: él hubiese preferido convertirse en cenizas y que lo dejáramos volar con música a todo volumen por las calles de Londres para que se confundiera con los Beatles o Freddie Mercury, pero sus papás habían insistido en un entierro tradicional. Y de alguna manera yo se lo agradecía, porque tener un lugar donde visitarlo me había traído una extraña tranquilidad todos esos años.

Coloqué las flores en una vasija enterrada que alguien había dejado, traje un poco de agua y me senté al frente de la fría piedra con su nombre. Se llamaba Gi Kwang , pero poca gente lo sabía; él odiaba su primer nombre, lo encontraba demasiado estoico, excesivamente serio, propio de un oficinista, de un tipo que usara un terno dos tallas más grandes y corbatas que le regalan el Día del Padre, y la posibilidad de convertirse en eso había sido siempre su peor pesadilla. Era una alma hippie, un profesor de música maravilloso, con una voz hermosa, amplia, que llenaba de notas hasta el último rincón de donde sonara.

Agarré mi celular, enchufé los audífonos y le di PLAY al disco Red Light de f(x). Era un tremendo álbum, y había sido nuestra obsesión musical durante un año entero. Recuerdo que Kwang lo tenía puesto siempre en su auto y, apenas nos bajábamos, lo volvíamos a poner en su habitación, a todo volumen. Los dos nos sabíamos a la perfección las letras, pero yo nunca cantaba; lo dejaba a él seguir la canción y hacer una especie de dueto improvisado con las chicas. Cada vez que lo hacía, le volvía a prometer que me encargaría de ponerlo en un mismo escenario con ellas algún día. Uno siempre promete sintiendo que la vida es eterna, que habrá tiempo para cumplir lo que sea.

Sentí las lágrimas deslizarse cuesta abajo, cada vez más seguido, como buscando huir. Una corriente de aire helado pasó y noté las mejillas húmedas y frías, como si hubiese caminado bajo la garúa.

Cuántos discos nos faltó escuchar juntos, cuántas tardes, cuántas noticias, cuánta vida, Kwang-ssi. Cuánto se perdió el mundo de ti, y cuánto te perdiste tú también. Te encantaba decir que Dios tenía humor negro y tal vez tenías razón, porque esa tarde de enero en que manejabas bajo la lluvia, tú, que eras uno de los mejores conductores que he conocido, aceleraste sabiendo que no era buena idea; aceleraste porque tu corazón ansioso iba al encuentro de él, del hombre que querías, de la vida por la habías peleado contra el mundo.

Todos buscamos esa felicidad, pero tú la merecías más; tú te la habías ganado a punta de puñetazos, de risas burlonas, de amigos que perdiste por estar «enfermo». Tú habías sobrevivido a los «Marica», «Cabro», «Loquita», y a tanta otra odiosa etiqueta que siempre buscaron ponerte las mentes inseguras que te rodeaban, esas cuyo frágil y básico esquema rompías. Eras fuerte como un toro, y en esos dos últimos meses, en que lo encontraste a él y pudiste probar ese amor, el de las letras de Queen y de Spinetta, sentiste que habías ganado la guerra. Y lo hiciste, amigo querido, sí que lo hiciste.

Me sequé la cara con el puño de la chaqueta y respiré hondo.

Odiarías verme así: siempre decías que yo era una chica bonita, pero que cuando lloraba te volvías gay de nuevo, por lo fea que me veía.

-Idiota -dije, sonriendo, en voz alta.

Pensé en qué me diría él, Kwang, sobre Moon. Necesitaba su consejo locamente. Kwang quizás habría preferido que me arriesgara, porque así era él, loco e impulsivo. Jimin, el chico del que se enamoró perdidamente esos últimos dos meses, había sido novio de una prima suya, en un intento vano por mantenerse en el clóset. Cuando le pregunté si no le jodía la cabeza todo el asunto, me dijo «El amor no conoce de moralidades». Estaba segura de que me hubiera dicho lo mismo esa vez.

Click [MoonSun] [Finalizada]Where stories live. Discover now