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El comienzo del proyecto literario en el que estaba enfrascada se había dado meses atrás, cuando conocí a la que sería mi editora. Irene es una de esas mujeres que podrían ser sin problemas protagonistas de una trilogía entera: inteligente, graciosa, con una intuición acertada como brújula y, sobre todo, aguerrida y peleona.

Recuerdo haber estado parada a su lado. La sala estaba sumergida en un silencio matizado solo por la pausada voz de Kim Jong In*, autor del libro que nos reunía a todos ahí.
Debo hacer una confesión en este punto: mi presencia en es evento ocurrió casi por accidente.

Minutos antes me encontraba en el bar del costado, en una cita con un espécimen que claramente considera que un resumen de sus últimas diez borracheras era información de interés.

Usé la excusa de querer un cigarro para tomarme un break lejos de esa conversación que apestaba a trago, y agradecí por primera vez la existencia de la ley que prohíbe fumar dentro de locales públicos.

Salí despavorada de la escena del crimen y vi que en el local del costado se realizaba la presentación de un libro. No estoy orgullosa de lo que hice a continuación: apagué el cigarro en la acera, miré hacia los lados como una fugitiva cualquiera y opté unilateralmente por cambiar de plan.

Kim Jong In probó ser el segundo hombre de la noche que intentaría matarme del aburrimiento. Su libro -una novela bélica de ochocientas páginas- te hacía preferir un disparo a quemarropa con tal de no seguir escuchando hablar sobre él.

Buscando algún cómplice de bostezos, volteé hacia la mujer parada a mi derecha y le dije, sonriendo, <<Tengo que pedirle al autor que vaya a hacer otra de esas lecturas a la casa de mi hermano; es el tipo de somnífero que necesitamos para mi sobrino>>. Me devolvió la sonrisa y, sin hacer comentarios, volvió a poner atención en el monólogo del soldado al que estábamos siendo sometidas.

Mi celular empezó a sonar, cortando con navaja la parsimonia del lugar (lamenté haber cambiado mi ringtone a "Anaconda" la noche anterior). Kim Jong In no parecía estar interesado en las canciones de Nicky Minaj, y me lanzó una de esas miradas asesinas que no recibía desde el colegio de monjas al que asistía cuando estudiaba aún.

Me apuré en sacarlo de la cartera y quitarle el sonido. Hice un gesto de disculpa, sintiendo prácticamente que había violado a la comunidad literaria. Vi en la pantalla que era Eric, el chico que había dejado desparejado. Opté por mandarle un mensaje por WhatsApp:

Eric, tuve una emergencia y me fui.

¿Qué emergencia?

Me di cuenta de que la mujer a mi lado estaba leyendo la conversación de reojo.

-Tengo alergia severa a los idiotas... Pero dejé cancelada la cuenta y agregué dos cervezas más para poder ser otra de tus insoportables anécdotas de borrachera.

La "espía" no pudo evitar una carcajada que hizo eco. Kim Jong In empezaba a perder la parsimoniosa calma de su voz. Minutos después, el autor-soldado, desmoralizado por las constantes interrupciones, terminó su monólogo y pasó a la firma de libros. Volteé y decidí presentarme.

-Soy Yong Sun, Kim Jong Sun- susurré.

-Bae Joo Hyun, pero puedes llamarme Irene- respondió, sonriente.

-Asumo que tú no llegaste aquí huyendo de un patán.

-Todas las mujeres estamos siempre huyendo de un patán...

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