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POV: Moon Byul-Yi

Tokyo, Japón.

Al salir del sueño la busqué como por instinto en la cama, y mi cerebro se demoró en procesar lo que hacía. ¿A quién buscas?, me pregunté, y alterada abrí los ojos intentando ahuyentar la respuesta. Mi cabeza daba vueltas como si le hubiesen inyectado una lata de Red Bull.

Necesitaba desahogo o me volvería loca. Agarré el computador, abrí un documento nuevo y comencé a escribir, aún con mi percepción de la realidad alterada.

Estoy ebria de ti aún, respiro y creo sentir tu olor. Un olor que aún no me han presentado y que de alguna manera extraña me es familiar. Dulce, femenino y omnipresente, e inquietantemente animal. Nunca te he probado y ya sé a qué sabrás.

Busco trazas de ti en la realidad. Por algún lado tiene que haber evidencia de tu visita. Miro las arrugas de las sábanas para ver si en alguna parte está la huella de tus piernas, de tus brazos, y tengo esa insistente certeza de que solo te levantaste a hacer el desayuno hace algunos minutos y que ya volverás, con un vaso de jugo de naranja en tu mano y con mi camiseta estratégicamente mal colocada, sin nada más debajo, sonriendo pícaramente.

Y de pronto me quedo de una pieza: estoy actuando con la seguridad absoluta que una solo tiene cuando ha hecho algo en realidad con alguien. Y aún siento la carga eléctrica que dejaron tus manos, tus movimientos, tus labios. Mi piel hormiguea. Esto es telequinesis. Mis pensamientos desvarían. Las ideas se empiezan a mezclar.

Me froto contra las sábanas y la almohada, como si ese fuese el santo y seña para acceder a esa otra dimensión donde aún me estás esperando. O para intentar sacudirme la electricidad de encima y volver a mi realidad. No puedo hacer nada más que preguntarme qué rayos pasó, cómo puede el juego haber sido tan real...

Respiro hondo, como si acabara de terminar un ataque de pánico, copio el texto y lo pego en un correo. Escribo en el destinatario «Sun» y aparece su correo como primera opción. De repente me detengo: ¿Qué estoy haciendo? No puedo mandarle esto. Cierro el mail y descarto el borrador.

A diferencia del día anterior, mi productividad ese viernes fue un desastre. Felizmente era viernes y la gente en la oficina parecía estar más preocupada por qué haría por la noche, que por trabajar. Yo, por mi parte, no tenía planes, porque Krystal había viajado con sus papás a visitar a sus hermanos en el sur, y prefería no salir y aprovechar el fin de semana para trabajar.

Lamentablemente o afortunadamente, a mediodía apareció Solar, para variar cargada de propuestas difíciles de rechazar. Quería saber si yo haría algo esa noche, porque todos sus amigos iban a ir a una fiesta de disfraces y ella había decidido disfrazarse de hippie casera, es decir, quedarse en casa, poner Janis Joplin y fumarse un porro. Me preguntó si me interesaba hacerle compañía. Acepté y le propuse hacer de Jimi Hendrix.

Pocas veces me he reído tanto como hablando esa vez con ella por Skype. Llegó un momento en que pensé que explotaría en mil pedazos si seguía riéndome. Sun era tan maravillosamente absurda. Después de que entramos en confianza empezamos a mostrar algunos de nuestros seudotalentos histriónicos: imitaciones, voces, sonidos extraños que sabíamos hacer. Su risa era un chiste en sí misma: cuando entraba en ataque, se transformaba en un pito agudo, como un silbato para perros, que me provocaba un ataque a mí también.

Siempre he pensado que el sentido del humor y la capacidad de tolerar lo absurdo son dos grandes indicadores de la inteligencia de alguien. Solar tenía la combinación completa, y me causaba una fascinación que -me duele reconocer esto- no había sentido con nadie antes.

No hablamos sobre el beso, pero gravitábamos alrededor de él. Con los sentidos agudizados por la hierba y las endorfinas, regresamos al mismo borde desde el que habíamos saltado el día anterior.

Y caímos de nuevo, en ese beso, en ese vórtice de fantasía y realidad que empezábamos a dominar tan bien.

Click [MoonSun] [Finalizada]Where stories live. Discover now