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POV: Kim Yongsun

Seúl, Corea del Sur.

No estoy orgullosa de mi reacción inicial ante el descubrimiento de que Moon tenía novia.

Sí, hubo llanto. Sí, hubo un día emo en el que solo usé negro y saqué un cd de Evanescence que tenía empolvado en un cajón. Sí, le dediqué una mañana entera al espionaje, tratando de encontrar más información sobre ella. Se llamaba Krystal,parecía ser insoportablemente perfecta y su relación, por lo visto, llevaba varios años.

¿Cómo lo sé? Contraté un ex agente de la Interpol para que los siguiera. No, no hice eso, aunque consideré la posibilidad. Simplemente usé el poder de Internet y me di cuenta de que la información sobre ella y su relación estaba más visible de lo que yo pensaba; supongo que algunas cosas no necesariamente están ocultas, simplemente no las estamos buscando.

Entonces decidí ser pragmática. Moon y yo no teníamos nada y la posibilidad de que eso cambiara era bastante reducida, sin olvidar el hecho de que no vivíamos en el mismo país, y el otro: no podía afirmar con cien por ciento de seguridad que la tipa en cuestión no fuera un asesino en serie. Esto parecía ser un típico caso de sobreidealización femenina, en el que cualquier candidato mínimamente decente puede ir de interés a amor de mi vida en tiempo récord.

Si ella tenía una vida amorosa que transcurría en paralelo a nuestras interacciones, pues yo seguiría su ejemplo. ¿Y qué mejor lugar para encontrar una cita que la jungla de Tinder? La primera gran cualidad que tiene esa aplicación es que filtra a la gente que esté muy lejos geográficamente de ti, así que eliminaría desde el principio a los japoneses tentadores que evitan convenientemente hablar de sus enamoradas.

La segunda gran cualidad era su absoluta superficialidad: nada de conexiones profundas, química intelectual, ni conversaciones hasta la madrugada; no sin primero constatar, en vivo y en directo, que no le gusta sumergirse en colonia, meterse el dedo a la nariz o usar lentes oscuros en espacios cerrados. La idealización tiene tiempo de expiración en las aplicaciones de dating, y eso era precisamente lo que yo necesitaba.

Nunca había usado Tinder, ya que sentía cierto rechazo a la idea de filtrar gente usando los mismos criterios que para escoger ropa online (viendo fotos y pensando cuál me pondría encima). ¿La verdad? Resultó bastante divertido. Tal vez la vida sería más sencilla si todos pudiéramos deslizar nuestro dedo hacia la derecha si nos interesara alguien y a la izquierda si no; en el trabajo, en las reuniones, en las discotecas.

Okay, me corrijo: sería caótico y altamente ofensivo, pero por lo menos no tendrías que soportar a un idiota hablándote sobre su preferencia por el queso gouda en una cola de supermercado.

Encontré un Johann, veintisiete años, que aparecía de pie en la orilla del mar con su tabla de surf al lado. Pelo castaño, piel bronceada, gusto por las olas y por la vida sin preocupaciones. Probablemente no tendríamos nada en común, así que era perfecto.

Yo había puesto tres fotos mías estratégicamente seleccionadas: una en la que estaba carcajeándome y usando un sombrerito de fiesta absurdo y un vestido corto que mandaba el mensaje «Sexy pero tampoco me tomo muy en serio a mí misma»; la segunda era yo acariciando una pequeña alpaca, lo que demostraba mi lado sensible y cariñoso; y la última, la foto que le había mandado esa primera noche a Byul con la blusa roja y los ojos engañosos.

Esa fue una minivenganza que me produjo felicidad: Si pensabas que te miraba a ti, pues ahora miro a todos los que me da la gana.

Una media hora más tarde, Tinder me anunciaba que Johann, el surfer, estaba también interesado, así que pasamos a un chat donde acordamos juntarnos en un Starbucks para conversar.

Click [MoonSun] [Finalizada]Where stories live. Discover now