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POV: Moon Byul-Yi

Tokyo, Japón.

Me encontré con Krystal después de la radio. Ocupamos una mesita en medio del bullicio y la locura que era Shirasawa a esa hora. No era raro, dado que era uno de los lugares favoritos de almuerzo para los oficinistas apurados de Kunitachi. Empezó a contarme unos problemas que había tenido en el trabajo con el idiota de su jefe, pero su mensaje me llegó a pedazos. Mi cabeza parecía suspendida y aletargada.

-Byul, ¿Me estás pescando? -Me obligué a regresar y asentí.

Me extendió sus manos delgadas a través de la mesa y agarró las mías, me regaló una sonrisa cariñosa y me propuso cenar juntas y pasar la noche. Iba a sonreírle de vuelta y aceptar su proposición cuando recordé lo que había acordado con Solar, y de manera casi instintiva, le mentí. Le dije que el viaje me había atrasado demasiado con algunos pendientes y que debía trabajar nuevamente hasta tarde, pero que al día siguiente nos veríamos sin falta. Odié mentirle.

Esa noche, cuando apareció la voz de Solar al otro lado de la línea, supe que no me arrepentía de mi elección. Habíamos acordado saludarnos durante apenas tres minutos y de ahí volver a escribirnos, pues ambas sentíamos que la voz podía restarle cierto misterio y gracia a nuestra comunicación. Desde luego, cuando el reloj señaló que había transcurrido una hora de conversación, ninguna de las dos hizo el ademán de comentar que los tres minutos acordados se habían ido hacía cincuenta y siete.

-¿Y cómo así decidiste que serías periodista? No suena a que te haya venido escrito en una galleta de la fortuna...

-No estoy segura de si voy a responder exactamente a tu pregunta, pero aquí va: Recuerdo tener cuatro años y estar en la casa de mi abuela, una casona antigua donde el tiempo parecía haberse congelado. Cada habitación estaba llena de armarios con decenas de cajones, y había un sótano repleto de antigüedades empolvadas y unos pasillos interconectados donde era fácil perderse. Eso, mezclado con que su autora favorita era Agatha Christie, formaron el escenario perfecto para jugar a ser detective. Supongo que lo más cercano que encontré a ser detective fue convertirme en periodista.

-Te acabo de imaginar de cuatro años con tu lupa gigante y tu sombrerito de Sherlock Holmes, y quiero apretarte los cachetes.

-Okay, confieso que existen fotos de eso exactamente. Me disfracé de Sherlock Holmes tres años seguidos.

- Voy a necesitar pruebas de eso, detective Moon.

- Elemental, mi querida Watson.

Abrí el armario de mi dormitorio y busqué el viejo álbum de fotos que me había dado mi padre cuando me mudé a vivir al departamento. Estaba lleno de polvo y tenía el peculiar olor de los objetos guardados. No lo había revisado en años. Prefería mantener cierta distancia con las cosas que me hacían recordar a mi abuela, porque me provocaban una melancolía de la que luego no podía deshacerme durante días.

Caminé entre las páginas, algunas pegadas entre sí, y encontré la prueba del delito: me la tomaron justo antes de salir a pedir dulces en Halloween, y mostraba el ceño fruncido porque no quería más demoras (siempre he sido una impaciente). Junto a esa había una foto en que estaba con mi abuela. Habían pasado casi ocho años desde que se había ido, pero ahí permanecían su colonia herbal, su piel blanca y suave, su voz cariñosa, tallados en mi cabeza.

Tomé una foto de la página donde estaban todas las imágenes de ese día y se la mandé a Solar.

-¿La mujer de la foto de la derecha es tu abuela?

-Sí.

-Hermosa.

-Sí que lo era.

-¿Sigue contigo?

-No, ya están cerca de cumplirse diez años desde que se fue.

-¿Eran muy cercanos?

-Fue ella quien prácticamente me crio. Mi mamá falleció unas semanas después de que nací, y mi papá trabajaba casi todo el día para sacar la casa adelante, así que me la pasaba con ella siempre.

No les contaba a muchas personas sobre mi abuela. Con suerte, Krystal y mis amigos más cercanos sabían de mi historia familiar. No me interesaba ser el caso motivacional de la chica que sale adelante ante las adversidades; y dentro de lo difícil que fue, tuve una infancia maravillosa.

-¿No odias cuando las personas escuchan esa historia, te miran con ojos lastimeros y te dicen «Lo siento tanto»?

Eso fue increíblemente acertado.

-Lo odio. Gracias por no hacerlo.

-En realidad tengo los ojos lastímeros, pero felizmente no prendimos la cámara...

--¡Farsante!

-No, mentira: la verdad es que te entiendo porque sé cómo es perder a alguien tan importante en tu vida, que la gente se pregunta si podrás salir entero del asunto.

-Lamento que tengamos eso en común. ¿A quién perdiste?

-A mi mejor amigo.

-¿Hace mucho?

-Cuatro años, relativos.

-¿Por qué relativos?

-A veces siento que han pasado cuatro décadas desde la última vez que lo tuve al frente; y otras, todo permanece tan fresco como si se hubiera ido apenas cuatro días atrás.

-Creo que uno nunca supera una pérdida así. Solo aprendes a existir con esa ausencia, te adaptas a ella para que no te coma por dentro.

-Sí, es verdad.

Hablamos un rato más sobre mi abuela y sobre Kwang, su amigo, que en sus palabras sonaba como un tipo genial. Creo que a los dos nos hizo bien sacarnos eso de adentro. Continuamos mandándonos fotos de cuando éramos niños,  y me envió una de cuando tenía tres años. 

En la imagen estaba sentada frente a una mesa, donde había un cuaderno abierto; ella sostenía un lápiz en la mano con los dedos más pequeños que alguna vez he visto, e intentaba escribir. Tenía el pelo cortito y con rulos, dos ojos enormes y llenos de pestañas que eran aun más protagonistas en su pequeño rostro. Nunca he estado muy interesada en los niños, pero esta pequeña me pareció absolutamente adorable.

-Gracias por esta conversación. Sé que es tonto pero.... te siento cerca ahora... -dijo ella.

Me dio un escalofrío. Era cierto, nos habíamos acercado, y los límites se estaban volviendo cada vez más borrosos. Pensé en Krystal. La situación empezaba a complicarse.

-Sí. Estuvo bueno, pero ya es muy tarde por acá y me caigo de sueño. Que tengas un buen día mañana y ya nos encontramos por ahí -dije, sabiendo que estaba apurando la despedida.

-Okay. Duerme bien. Un beso grande.

-Dale, otro para ti, guapa.

Pero el sueño no llegó nunca, solo la mañana.

Click [MoonSun] [Finalizada]Onde as histórias ganham vida. Descobre agora