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Maldije no haber desprogramado el despertador. La cabeza me latía con fuerza y sentía la lengua pegada al paladar. Era casi mediodía.

Me levanté con dificultad y fui al baño, donde estaba mi estuche con medicamentos. Buceé tratando de encontrar una aspirina y volteé estrepitosamente el estuche entero. Agradecí que Umji, mi compañera de departamento, estuviese de viaje, porque la hubiese despertado sin duda. No volvería en dos meses más, así que yo era libre de seguir comportándome como una adolescente descarrilada por un rato.

Hice un esfuerzo por no recapitular los eventos de la noche anterior, un esfuerzo casi tan grande como el de mantener el equilibrio, dado que me sentía como en el juego mecánico de las tacitas.

Abrí mi triste refrigerador. Había un pedazo de queso que, no estaba segura, pero quizás no siempre había sido azul, una lata de leche y dos zanahorias arrugadas que me recordaron a mi octogenaria tía Seyoung. Guiada por la imagen mental de un jugo de naranja recién exprimido y un croissant relleno de jamón y queso, me cambié y salí hacia el supermercado.

Un par de leggins, una chaqueta ancha y lentes oscuros constituyeron el look Otoño-Invierno-El-Alcohol-Me-Ha-Hecho-Perder-La-Voluntad-De-Vivir, me dirigí al cajero automático del supermercado para ver el estado de mi cuenta de ahorros.

Había logrado juntar una cantidad de dinero decente los años anteriores, y ahora usaba esos fondos para financiar mi periodo de exploración literaria, pues tenía la resolución de no pedirles un centavo a mis padres, resolución que, según la cifra que veía en pantalla, no podría mantenerte por mucho tiempo más.

-¿Yongsun?-dijo una voz a mis espaldas.

Volteé y me encontré con Dahee, una insoportable que trabajaba conmigo en la multinacional a la que había renunciado un par de meses atrás por el libro. Me miró de pies a cabeza aferrándose a su cartera Gucci (más falsa que sus palabras), llena de brillos, y tomé súbitamente conciencia sobre el atuendo de resaca que llevaba encima (sin contar con el perfume que compré en uno de esos mercadillos ilegales).

-Hola, Dahee-ssi, qué bueno verte -mentí- ¿Cómo estás?

-Muy bien, ¿Y tú, en qué andas? Viviendo la vida loca seguro.

-Lo dirás por mi look, pero debo decirte que está de toda moda en las oficinas de Paris. Se rió fingidamente, y empecé a contemplar mis opciones para huir de esa tortura.

-¡Quién como tú, que tienes tiempo para distraerte! De la que te salvaste, la oficina está horrible -dijo, en ese tono de quien quiere que le preguntes más.

-¿Por qué tanto? -respondí, contra mis propias recomendaciones mentales.

-Me hicieron coordinadora, y a partir de ahí no he parado.

Dahee, la que se dedicaba a ver tutoriales de maquillaje, chatear con su novio y poner frases de Arjona en sus post-it, tenía el puesto que me hubiese tocado a mí si no me hubiera ido. Lee Dahee.

-¿Y tú dónde estás trabajando ahora?

-En mi casa. No estoy en ninguna empresa ahorita, porque estoy dedicada a escribir un libro.

-Mira tú, qué divertido -condescendió ella. Fingí leer algo en mi celular y me despedí apurada, alegando que me habían venido a buscar. Regresé a casa con las manos vacías, y ganas de no volver a despegar la cabeza de la almohada.

La tarde pasó lenta. Me dediqué a leer, porque claramente no iba a poder escribir mucho con el par de neuronas que habían sobrevivido al aluvión. Estuve varias veces a punto de llamar a Wheenie, pero sentí que debía esperar unos días para que se calmaran las cosas.

Click [MoonSun] [Finalizada]Where stories live. Discover now