Capítulo 7

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(***)

• Jefferson Gómez •

Al despertar esta mañana lo primero que hice fue asegurarme de que lo que había pasado no era creación de mi imaginación, no podía creer que había dormido con Luisa —y solo dormir, lo cual nunca hacía con una mujer—. Podría haber dormido con muchas mujeres, pero ninguna era ella, sentí una tranquilidad increíble, porque ella era eso, tranquilidad. Había olvidado cuando fue la última vez que mi mente había estado en calma, quizás cuando era un niño y desconocía por completo mi futuro.

Era consciente de lo hermosa que era Luisa Leine y aunque ella no lo viera muchos, aparte de mí, podían darse cuenta de su belleza, pero no veían más allá de ella. Desde anoche me recorría la tentación de besarla, sus labios eran perfectos, de un rosa claro que me volvía loco, de apariencia suave y que estaba seguro que me harían ver el paraíso. Mi lado posesivo, que mayormente salía a flote cuando se trataba de ella, quería reclamarla como suya —era consciente de que no se trataba de un objeto—, pero quería poder gritar a todos los que creían tener una oportunidad con ella, que era mía y de nadie más.

Lo único que me detuvo de besarla en la mañana era que no conocía el camino de dar más, nunca en mi vida me habían enseñado lo que era dar corazones y rosas, tampoco había tenido la necesidad de dárselos a alguien... hasta ahora. No quería que ella fuera una mujer más —si, quería poseer su cuerpo—, pero no quería que después de eso se alejara, quería mantenerla a mi lado a pesar del peligro a el que la expondría, todo a mí alrededor era calma cuando estaba conmigo, ella domaba mis demonios.

Después de dejar a Luisa en su casa fui a la de Clara, sabía que mi hermano se encontraba demasiado ebrio la noche anterior para irse por sí solo y mucho menos después de que le rompí la nariz, además tenía que tratar unos asuntos importantes con él.

Cuando llego no me tomo la molestia de bajar del auto, busco el móvil y lo llamo.

—¿Qué tal hermanito? —responde después del quinto tono, estaba arrastrando las palabras, lo que significaba que no había parado de beber.

—Estoy afuera, así que mueve tu maldito trasero que no tengo todo el día —cuelgo antes de que él pueda decir palabra alguna.

Cinco minutos después sale tambaleándose, con unas gafas de sol oscuras puestas, no sé como no se mató por las caleras y de verdad que este idiota no conocía limites cuando se trataba de alcohol.

—No crees que es muy temprano para estar bebiendo —digo en cuanto entra al auto—. ¿Y qué tal tu nariz? ¿Te duele? —le digo con una sonrisa triunfante en el rostro, sabía que le dolía y lo hinchado de su nariz me lo confirmaba.

—Te devolvería el golpe, pero ahora mismo preferiría pegarme un tiro por la resaca —recuesta la cabeza en el asiento y se queda dormido.

No pierdo más tiempo y arranco dirigiéndome a casa. En todo el camino pienso en Luisa y en lo que estará haciendo, de verdad me había calado hasta los huesos su persona.

***

Llegamos a casa veinte minutos después, muevo a mi maldito hermano para que se despierte y entre a la casa. Lo arrastro hasta su habitación, ya que no podía dar dos pasos sin irse de boca.

Cuando llegamos a la habitación lo arrojo a su cama y bajo a buscar un balde con agua fría —haber si así se despierta de una puta vez—. Regreso a su habitación y le arrojo el agua encima. Por supuesto que ahora si se despierta, me mira con intenciones de querer matarme al ver el balde en mi mano, bien no era el único con deseos asesinos después de lo de noche.

Un amor fuera de los libros © [+18]Where stories live. Discover now