❄️Capítulo 23❄️

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Pero su padre sólo se bajó y abrió la puerta de atrás.

—Súbete ahora —miró alrededor antes de volver a mirarla en el piso.

Con los ojos cerrados, ella sólo pudo sentir un abrazo. Y era de la única persona que la había abrazado cuando ella lo necesitó. Así que dándose fuerzas, sólo para volver a verlo, sólo por ese abrazo que anhelaba, se levantó. Sorbió la nariz obstruida y subió atrás, sin volver a mirar a su padre.

Y el resto del camino lo viajó con los ojos cerrados, pensando en el único lugar dónde deseaba estar con toda su alma.

Y ese lugar era Leonard.

Decir que lo necesitaba parecía exagerado, pero menos que eso quedaba pequeño.

Llegar al hotel fue peor de lo que esperaba. Sólo bastó cruzar la puerta para que su padre le lanzara una bofetada. Estupefacta, con la cara ardiendo, volvió a cerrar los ojos, pensando de nuevo en Leonard, en esa primera vez que tocó su cara, acariciándola con tanta dulzura que desearía morir en sus manos, bajo esa caricia.

Rompiendo en llanto por el dolor generado, cayó al piso, y no vio llegar a su madre.

—¿Qué sucede? ¡Dios! ¡Caleb! ¿Qué está mal contigo?

—¡Tu maldita hija es la que está mal! —Gritó él.

—Cálmate...

—Lo único que pretende es vernos la cara de estúpidos, ¡y todavía se atreve a decir que queremos verla muerta! ¡Está demente, Annie! ¡Estoy harto! ¡He trabajado fuerte en ser amable con ella, pero te juro que me tiene mal! ¿Qué estoy pagando con ésta hija de mierda?

—¡Caleb! —Gritó la mujer.

Candy, derrumbada en el piso, privada en llanto, no había escuchado nada de aquello. Oía la voz de su madre, pero no lograba saber qué decía. Igualmente, lo único que pasaba por su mente era el momento de dejar de sentirse así. Y era morir, o estar con Leonard.

Y quizás las dos significaran lo mismo.

Su mamá comenzó a levantarla del suelo. Le dijo algo, pero ella siguió sin escucharla. Las lágrimas habían caído hasta sus oídos y estaban tapados.

—Candy —le limpió las lágrimas.

—Deja la basura dónde va —masculló el hombre.

Ella lo miró por encima de su hombro, dedicándole una mirada antes de volver a ver su hija.

—Cariño —susurró.

Y sólo aquella palabra fue un consuelo. Candy la escuchó, como si todo su cuerpo supiera que la necesitaba.

—Mamá —sollozó, abrazándola—. Por favor no me odien. De verdad estoy esforzándome... Te lo juro.

—No seas tonta —la alejó—. Por supuesto que no te odiamos. Sólo queremos que valores nuestro esfuerzo.

Pero por supuesto que era tonta. Por seguir esperando el cariño dónde estaba claro que no lo iba a obtener. Su madre la levantó por un brazo, y comenzó a dirigirla hasta que llegó al baño de su habitación.

—Dúchate y descansa.

Devastada, la pequeña se miró al espejo. Al instante odió el reflejo de la cara hinchada y roja cubierta de lágrimas. Así que entró a la ducha con furor, llorando con fuerza, llenándose de ira mientras recordaba cada insulto y desamor de sus padres. Quemando sus lienzos, y su padre abofeteándola. ¿Cuánto más podría soportar?

Con el cuerpo caliente, llevó la temperatura a la más helada, estremeciéndose en cuanto sintió el agua cómo témpanos de hielo cayendo sobre ella. Tan fría cómo en el viejo hotel Morgantown.

Hermosa Pesadilla [Completa ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora