❄️Capítulo 47❄️

131 38 35
                                    

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇>

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇>

Lily, Hannah y Anastasia se convirtieron en sus mejores amigas.

Las tres chicas se reunieron cada día después de aquel para hablar, ver películas, jugar al ajedrez, patinar, e incluso hacer compras. Candy nunca había tenido amigas, pero aquellas tardes de juegos y risas se habían convertido en su nuevo lugar seguro.

No habían vuelto a hablar de Leonard. Tampoco lo había vuelto a ver. Y entre tanto tiempo ocupado, no había tenido espacio de extrañarlo.

Las calles seguían transitadas de patrullas. Noah seguía desaparecido. Pero Candy estaba muy concentrada en las clases durante el día, y luego en las noches de chicas, como para pensar en eso. En casa de Lily se sentía a salvo, la señora LinLin la trató cada día como si fuera su propia hija, y ella no podía sentirse más a gusto.

Fue cuando comenzó marzo que volvió a ver a Leonard.

Salía de la última clase cuando sus ojos se percataron de Leonard al otro lado del pasillo. En ese momento quedó petrificada. Él tenía la capucha puesta y la cara un poco por lo bajo, pero alcanzó ver que la estaba mirando.

Conmocionada y nerviosa, caminó hacia él mientras su corazón comenzaba a latir con precipitación. Cada paso pesó una tonelada. Cada segundo fue una tortura.

—Leonard. Qué... ¿Qué haces aquí? —tartamudeó.

Él lucía cansado, con grandes ojeras, pero sus ojos brillaron en cuanto estuvo frente a él.

—¿No te alegras de verme? —titubeó.

La pregunta llegó al pecho de Candy como una puñalada.

—Sólo no esperaba verte. Ha pasado un tiempo.

—Lo lamento. Intenté verte antes pero no te encontré en ningún lugar. Es por eso que... he venido aquí dentro —tragó grueso—. ¿Cómo has estado? —la tomó de la mano.

Candy miró alrededor y apartó su mano poco a poco. Se aclaró la garganta mientras se rascaba la nuca para disimular.

—No puedes estar aquí, Leonard —musitó—. Mucho menos puedes tomarme de la mano.

—Lo siento —asintió él—. ¿Podemos hablar en otro lugar?

—Tengo clases ahora —mintió.

—¿Estás evitándome? —preguntó él, había dolor en su mirada, pero su expresión era de desconcierto.

Candy abrió la boca para responder, pero luego la cerró. Tenía que hablar con él con sinceridad.

—Sí. Hablemos en otro lugar.

Él la miró por un momento. Aunque no había expresión en su rostro se notaba triste. Asintió y comenzó el camino. Ella lo siguió.

Leonard recorrió los pasillos hasta llegar a la puerta que daba al túnel dónde una vez ella lo había seguido. Fue allí cuando se volvió hacia ella con brusquedad, tomándola por la mano y pegándola contra la pared. Grande, encorvado sobre ella, la miró con determinación. Elevó una ceja. Había curiosidad en su mirada. Pero Candy no podía procesar todo. Estaba tratando de controlar su respiración en aquel momento, acorralada por el hombre que le hacía perder la razón.

—Ahora dime —ordenó—. ¿Qué pasa?

—Leonard —susurró ella, abatida—. Estoy mal.

—¿Qué? —su cara se arrugó. La tomó por los brazos, mirándola con preocupación—. ¿Te hicieron algo? ¿Estás lastimada?

Candy sintió que algo se rompía dentro de ella. Se sentía tan triste que sentía que quería llorar, pero los ojos estaban completamente secos.

—Estoy mal de la cabeza —su voz tembló—. Yo... estoy viendo al psicólogo. Me ha diagnosticado depresión y trastorno dependiente. Es por eso que... que siento esto por ti. Y no quiero cegarme, Leonard. Yo... Yo no quiero estar mal.

Él la miró por un momento luciendo atónito. Tragó saliva. Asintió con la cabeza.

—Así que era eso —susurró, sin expresión—. No tenías por qué actuar así, pequeña tonta —llevó una mano a su mejilla, acariciándola con delicadeza—. Está bien no estar bien. Y está bien sanar. Me alegra mucho que hayas buscado apoyo. Quiero que estés mejor. Es algo que me haría feliz —la tomó de las manos—. Yo...

—Leonard —lo interrumpió ella—. No puedo irme contigo. Eso fue... una decisión precipitada. No está bien hacerlo, aunque te amo. Pero... No puedo sólo dejar mi vida atrás e ir a la deriva con una persona que recién conocí y...

—Entiendo —soltó una risita amarga—. Es... Es todo cierto —rió, con más fuerza, con más rabia—. Me enoja tanto porque es cierto —tragó saliva, volviendo a la expresión seria—. No puedes irte con un hombre como yo. Pero, aun así me causa intriga el hecho de que eso significa... ¿que no confías en mí?

—Confío en ti —refutó ella—. Es por eso que estoy aquí diciéndote lo que siento.

Él la miró por un momento más sin expresión, y luego la besó. Fuerte, apasionado. Con los ojos apretados fuertemente como si no quisiera dejar salir las lágrimas. Candy no se dio cuenta. Sólo se perdió en los suaves labios que la devoraron cómo si quisiera comérsela. Luego la abrazó. Con fuerza. Con la respiración entrecortada. Y volvió a besarla, ésta vez, suave, lento.

—Ahora lo entiendo todo —exhaló él—. Tengo un jardín de maldad y tú llegaste a plantar flores. Pero no es posible. Eres un ángel y yo sólo soy un monstruo más de éste mundo.

—No quiero hacerte sentir así —lo miró con melancolía.

—No fueron tus palabras las que me hicieron sentir así —le dio un beso en los nudillos—. Fui sólo yo. Perdóname. De verdad me llena de paz verte bien. Y no me he sentido en paz nunca. Por eso estoy aferrado a ti. Por esa paz. Pero nunca sé qué debería hacer con todas las cosas. Cometo muchos errores cuando se trata de ti.

—Eres humano —ella llevó una mano a la cara pálida—. Te entiendo —susurró—. Te amo.

Leonard exhaló, como si aquellas palabras hubiesen arremetido contra él cómo una avalancha de hielo. Se volteó, casi aterrado, y de espalda a ella, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Yo también te amo, Candy —se limpió los ojos con furor antes de volver a mirarla—. Y quiero que brilles incluso si yo no lo hago. Quiero que cumplas tu sueño incluso si yo no cumplo el mío. Me enamoré como un loco de ti, y... si te vas ahora... Si vas a alejarte de mí... Sólo quiero que me prometas que vas a cuidarte como la mujer fuerte que eres. Y vas a seguir visitando a ese especialista. Y nunca, nunca, intentarás tomarte treinta pastillas.

En ese momento, las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de Candy con la tristeza apropiándose de su corazón. Cada una de las palabras de Leonard le había dolido cómo una estocada. Él le limpió las lágrimas con delicadeza. Serio, furtivo.

—No soy fuerte —lloró—. Mírame. Sólo sé llorar ante los problemas.

—Sólo lloras porque estás rota, y lo entiendo, lo he entendido cada segundo. Pero también entiendo que no todo el mundo logra seguir adelante con el corazón roto, cómo tú lo has hecho. Por supuesto que eres una mujer fuerte, pequeña tonta —le dio un beso en la frente—. Fue por eso que llegaste hasta mí y me robaste el corazón —terminó con un beso en los labios—. Estoy de acuerdo en que vayas a terapia. Aunque me rompa el corazón estar lejos de ti. Quiero que busques tu camino... Y si acaso, al llegar la primavera, descubres que tu camino está lejos de mí... Yo... Tal vez llore —soltó una carcajada triste—. Pero lo voy a aceptar. Me marcharé sin ti. Cambiaré mi nombre y mi vida, y entonces volveré por ti. Iba a hacerlo porque era mi sueño. Pero ahora tengo la razón más importante del mundo, y es que te amo.

Dejándose envolver en los brazos de sudadera negra, Candy siguió llorando, porque no tenía palabras.

Aquella era una despedida.

Hermosa Pesadilla [Completa ✔]Where stories live. Discover now