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『 El último juego 』
Quizá una de las cosas más placenteras, es ver a la persona que quieres dormir en tus brazos. Su rostro está relajado y me hago creer a mi mismo que está teniendo un buen sueño gracias a mí.
Sé que le estoy causando daño por pedir algo tan complicado pero, en verdad no quiero irme sin ella, aunque debo hacerlo, porque después de desterrar al problemático de Paolo... la familia Cassano estará perdida.
—¿Querrías venir conmigo a Italia? —digo tan suave, que mi voz se desvanece fácil en el aire.
Casualmente, sonríe sin mostrar rastros de haberse despertado. Mi corazón se regocija de un momento tan intimo como este y, pido vivirlo el resto de mis noches.
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La mañana siguiente, despierto teniéndola acurrucada junto a mi cuerpo, igual que una niña pequeña. No quiero moverme ni un milímetro porque no quiero interrumpir su sueño.
Termino haciéndolo poco a poco y cuando tengo ambos pies fuera de la cama, busco un papel y pluma en su escritorio, con el fin de dejar una nota.
No he querido despertarte, hubiera sido imprudente. Gracias por aceptarme igual que aquella noche. En general... gracias por todo.
Cojo mi saco, camisa y zapatos para salir de su habitación desde el interior de la casa. Bajo con cuidado, procurando no hacer demasiado ruido.
Cuando he pisado el último escalón, me doy cuenta que Chayoung está sentada en el sillón, bebiendo café.
—Buen día, Romeo. ¿Julieta sigue durmiendo? —hay picardía en su voz. Mis mejillas arden de la vergüenza—. Puedes quedarte a desayunar.
—Debo ir a casa a ducharme. Podemos hacerlo en el bufete.
—Vale. Así le das tiempo de que aquella tonta despierte.
Es raro escucharla llamar así a su hermana. Cualquiera podría creer que la odia por el tono de voz que emplea, solo si llegas a conocerla, podrás ver el amor incondicional que tiene hacia ella.
