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—¿Me hablas?—pregunto quedamente.

Vanesa me mira, antes de fijar sus ojos nuevamente en el camino, puedo decir que todavía está molesta.

—No —murmura calmadamente.

Oh, ahí vamos… que infantil.

Envuelvo mis brazos a mi alrededor y miro sin ver la ventana. Tal vez debería pedirle que me deje en mi apartamento, así puede “no
hablarme” desde la seguridad de mi casa y salvarnos de una pelea inevitable.

Pero mientras pienso, sé que no quiero dejarla para meditar, no después de ayer.

Eventualmente, nos detenemos en frente a su edificio, y vanesa sale del auto. Moviéndose con gracia alrededor hacia mi lado, ella abre mi puerta.

—Vamos —ordena mientras sole entra en el asiento del conductor. Tomo su mano y la sigo a través del gran vestíbulo hacia el elevador. No me deja ir.

—¿Vanesa , por qué estas tan molesta conmigo? —susurro mientras esperamos el elevador.

—Tú sabes porque —murmura cuando entramos en el elevador, y presiona el código de su piso—. Dios, si algo te hubiera pasado, él estaría muerto ahora, te juro que lo hubiese matado . —El tono de Vanesa  me enfría hasta los huesos. Las puertas se cierran. —Como están las cosas, voy a arruinar su carrera así él no podrá tomar ventaja de
mujeres jóvenes nunca más, miserable excusa de un hombre, eso es. — Sacude su cabeza—. Dios Mónica! —ella me agarra de repente, aprisionándome en la
esquina del elevador.

Sus manos hacen un puño en mi cabello mientras empuja mi cabeza hacia la suya, y su boca está sobre la mía, una desesperada pasión en su beso. No sé por qué me
toma por sorpresa, pero lo hace. Saboreo su alivio, su anhelo, y su rabia residual mientras su lengua posee mi boca. Se detiene, mirándome, descansando su peso
contra mí así que no puedo moverme.

Me deja sin aliento, aferrándome a ella para apoyarme, mirado hacia ese hermoso rostro grabado con determinación y sin ningún rastro de humor.

—Si algo te hubiera pasado… si él te hubiera hecho daño… —Siento el
estremecimiento que lo recorre—. Movil—ordena silenciosamente—. Desde ahora. ¿Entiendes?

Asiento, tragando, incapaz de romper el contacto con su fascinante, mirada triste.

Se endereza, liberándome cuando el elevador se detiene.

—Él dijo que lo pateaste en las bolas. —El tono de Vanesa es más ligero, con un rastro de admiración, creo que estoy perdonada.

—Sí —susurro, todavía aturdida por la intensidad de su beso y su apasionada orden.

—Bien.

—Jesús es un exmilitar. Me enseño bien.

—Me alegra que lo haya hecho. —Respira y añade, arqueando una ceja—. Necesitaré recordarlo. —Tomando mi mano, me dirige fuera del elevador y la sigo,
aliviada.

Creo que eso es todo lo malo que se pondrá su humor.

—Necesito llamar a robles . No tardare mucho. —Desaparece en su estudio, dejándome varada en la vasta sala de estar.

La Sra. Jones está terminando los
últimos toques de nuestra comida. Me doy cuenta que estoy famélica, pero necesito algo que hacer.

—¿Puedo ayudar?—pregunto.

Ella se ríe.

—No, Mónica . ¿Puedo prepararte un trago o algo? Luces derrotada.

—Me encantaría una copa de vino.

... MÁS OSCURAS Where stories live. Discover now