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—Quédeselo, señorita Carrillo , con mis mejores deseos.

Me ruborizo mientras Vanesa  rodea el coche y me coge de la mano.
Intrigada, mira a sole, que le devuelve una mirada impasible que no trasluce nada.

—¿A las nueve? —le dice Vanesa.

—Sí, señorita.

Vanesa  asiente, se da la vuelta y me conduce a través de la puerta doble al majestuoso vestíbulo. Yo me deleito con el tacto de su mano  y sus dedos largos y hábiles, curvados sobre los míos. Noto ese tirón familiar… me siento
atraída, como Ícaro hacia su sol. Yo ya me he quemado, y sin embargo aquí estoy otra vez.

Al llegar al ascensor, ella pulsa el botón de llamada. Yo le observo a hurtadillas y ella exhibe su enigmática media sonrisa. Cuando se abren las puertas, me suelta
la mano y me hace pasar.
Las puertas se cierran y me atrevo a mirarle otra vez. Ella baja los ojos hacia mí, esos vívidos ojos verdes , y ahí está, esa electricidad en el aire que nos rodea. Palpable.

Casi puedo saborear cómo late entre nosotras y nos atrae mutuamente.

—Oh, Dios —jadeo, y disfruto un segundo de la intensidad de esta atracción primitiva y visceral.

—Yo también lo noto —dice con ojos intensos y turbios.

Un deseo oscuro y letal inunda mi entrepierna. Ella me sujeta la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar, y todos los músculos de mis entrañas se tensan
deliciosa e intensamente.

¿Cómo puede seguir provocándome esto?

—Por favor, no te muerdas el labio, Mónica —susurra.

Levanto la mirada hacia ella y me suelto el labio. Le deseo. Aquí, ahora, en el ascensor. ¿Cómo iba a ser de otro modo?

—Ya sabes qué efecto tiene eso en mí —murmura.

Oh, todavía ejerzo efecto sobre ella. La diosa que llevo dentro despierta de sus
cinco días de enfurruñamiento.

De golpe se abren las puertas, se rompe el hechizo y estamos en la azotea.
Hace viento y, a pesar de la chaqueta negra, tengo frío. Vanesa  me rodea con el brazo, me atrae hacia ella y vamos a toda prisa hasta el centro del helipuerto,
donde está el Charlie Tango con sus hélices girando despacio.

Un hombre alto y rubio, de mandíbula cuadrada y con traje oscuro, baja de
un salto, se agacha y corre hacia nosotros. Le estrecha la mano a vanesa  y grita por encima del ruido de las hélices.

—Listo para despegar, señorita. ¡Todo suyo!

—¿Lo has revisado todo?

—Sí, señorita.

—¿Lo recogerás hacia las ocho y media?

—Sí, señorita.

—sole te espera en la entrada.

—Gracias, señorita Martín . Que tenga un vuelo agradable hasta Elche . Señora —me saluda.

Vanesa asiente sin soltarme, se agacha y me lleva hasta la puerta del helicóptero.

Una vez dentro me abrocha fuerte el arnés, y tensa las correas. Me dedica una mirada de complicidad y esa sonrisa secreta suya.

—Esto debería impedir que te muevas del sitio —murmura—. Debo decir
que me gusta cómo te queda el arnés. No toques nada.

Yo me pongo muy colorada, y ella desliza el dedo índice por mi mejilla antes de pasarme los cascos. A mí también me gustaría tocarte, pero no me dejarás.
Frunzo el ceño. Además, ha apretado tanto las correas que apenas puedo
moverme.

... MÁS OSCURAS Where stories live. Discover now