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He vuelto a sumergirme en esta historia, esta es la segunda parte de la trilogía...
Espero que les guste...
(La primera parte esta en mi perfil)
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He sobrevivido al tercer día post-Vanesa , y a mi primer día en el trabajo. Me ha ido bien distraerme.

El tiempo ha pasado volando entre una nebulosa de caras nuevas, trabajo por hacer y el señor Jack Hyde. El señor Jack Hyde… se apoya en mi mesa, y sus ojos azules brillan cuando baja la mirada y me sonríe.

—Un trabajo excelente, Moni. Me parece que formaremos un gran equipo.

Yo tuerzo los labios hacia arriba y consigo algo parecido a una sonrisa.

—Yo ya me voy, si te parece bien —murmuro.

—Claro, son las cinco y media. Nos veremos mañana.

—Buenas tardes, Jack.

—Buenas tardes, moni.

Recojo mi bolso, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta. Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Madrid  a primera hora de la tarde. Eso no
basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado por la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido. Camino hacia la parada del autobús con la cabeza gacha, mirándome los pies y pensando
cómo será estar sin mi querido Wanda, mi viejo Escarabajo… o sin el Audi.

Descarto inmediatamente esa posibilidad. No. No pienso en ella. Naturalmente que puedo permitirme un coche; un coche nuevo y bonito. Sospecho que ella ha
sido muy generosa con el pago, y eso me deja un sabor  amargo en la boca, pero aparto esa idea e intento mantener la mente en blanco y tan aturdida como sea
posible. No puedo pensar en ella. No quiero empezar a llorar otra vez… en plena calle, no.

El apartamento está vacío. Echo de menos a patri , y la imagino tumbada en una playa de Barbados bebiendo sorbitos de un combinado frío. Enciendo la
pantalla plana del televisor para que el ruido llene el vacío y dé cierta sensación de compañía, pero ni la escucho ni la miro.

Me siento y observo fijamente la
pared de ladrillo. Estoy entumecida. Solo siento dolor. ¿Cuánto tendré que
soportar esto?

El timbre de la puerta me saca de golpe de mi abatimiento y siento un brinco en el corazón. ¿Quién puede ser? Pulso el interfono.

—Un paquete para la señorita Carrillo —contesta una voz monótona e impersonal, y la decepción me parte en dos.

Bajo las escaleras, indiferente, y me encuentro con un chico apoyado en la puerta principal que masca chicle de forma ruidosa y lleva una gran caja de cartón. Firmo la entrega del paquete y me lo llevo arriba. Es una caja enorme y,
curiosamente, liviana. Dentro hay dos docenas de rosas de tallo largo y una tarjeta.

Felicidades por tu primer día en el trabajo.
Espero que haya ido bien.
Y gracias por el planeador. Has sido muy amable.
Ocupa un lugar preferente en mi mesa.
VANESA

Me quedo mirando la tarjeta impresa, la grieta de mi pecho se ensancha. Sin duda, esto lo ha enviado su asistente. Probablemente Vanesa  ha tenido muy
poco que ver. Me duele demasiado pensar eso. Observo las rosas: son preciosas, y no soy capaz de tirarlas a la basura. Voy hacia la cocina, diligente, a buscar un
jarrón.

Y así se establece un patrón: despertar, trabajar, llorar, dormir. Bueno, tratar
de dormir. No consigo huir de ella ni en sueños. Sus ardientes ojos verdes , su mirada perdida, su cabello castaño y brillante, todo me persigue. Y la música… tanta
música… no soporto oír ningún tipo de música. Procuro evitarla a toda costa.

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