Me regaló la Luna

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Le escuchaba respirar sosegadamente y sentía en su mejilla, el acompasado latir de su corazón. Había terminado tan exhausto, que se había dormido casi de inmediato, pero antes tuvo tiempo de pedírselo, nervioso como un adolescente y emocionado hasta las lágrimas, cuando ella sonriente, les respondió ”Sí, mi amor, quiero casarme contigo”.

Y ahora ella, demasiado feliz para conciliar el sueño, reposaba sobre su pecho y miraba ilusionada, los tímidos destellos, que hacía su anillo de compromiso, cuando movía suavemente su mano y alguno de los furtivos rayos de luz de luna, que pasaban a través de la ventana, se reflejaban en él.

Cerró los ojos y se dispuso a recordar cada instante mágico de esa tarde-noche, en que definitivamente se habían reencontrado.

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Cuando Armando llegó a la casa, cercanas las ocho de la tarde, ellas dos estaban vestidas y peinadas, con esmero, como si fuesen a asistir a una fiesta y en la sala se escuchaba una suave música. Luna palmoteaba feliz, estaba emocionada, porque mamá había iluminado toda la habitación, solo con velas y además, había puesto a quemar unos “palitos”, que echaban un humo que olía muy bien.

Él se sorprendió gratamente, porque el hasta entonces, habitual beso de bienvenida en la mejilla, fue sustituido por un tímido beso en los labios, que lo hizo temblar emocionado.

Cenaron los tres juntos, ellos mirándose amorosamente, Luna llenando el romántico entorno, de risas y parloteo infantil.

Después vino el sentarse juntos en el sofá y conversar suavecito, de cosas sin importancia, y sobre todo escuchar a Luna, que estaba encantada de ocupar el regazo de su papá, mientras mamá se reclinaba sobre él y se dejaba abrazar. Y por fin después de mucho tiempo, Betty fue capaz de moverse sin bastones, no los necesitaba, el abrazo fuerte de Armando, casi la llevaba en volandas, mientras bailaban como dos colegiales, al ritmo de boleros y baladas de amor.

Por fin Luna cayó rendida por el sueño y la llevaron a su cama. Como era de esperar, ella protestó por no poder compartir la cama de los papás y Armando puso cara de asombro, cuando escuchó a Betty, decirle enérgicamente a la pequeña, que debía dormir solita en su cama y no molestar a los papás. Entre cariños del papá e intentos por parte de Luna, de recuperar su huequito en medio de los dos, consiguieron que la pequeña reanudase el sueño, que inició en el sofá de la sala. Y por fin quedaron solos.

Cuando se vieron en el dormitorio, ambos estaban inquietos, se sentían como dos jovencitos a punto de enfrentar su primera experiencia amorosa....

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Armando.- Mmmm, mi amor... ¿aún despierta?...

Betty.- Sí, estoy recordando...

Armando.- ¿Buenos recuerdos?...

Betty (entre risas).- Los mejores...muy, muy ricos...

Armando.- ¡Picarona!.... convaleciente y todo, y por poco acaba conmigo...

Betty.- ¡Quejica!... no decía Vd, que le llamaban el “Tigre de Bogotá”...

Armando.- ¡Ay, mi amor, eso era antes!, que ahora casi ni me acordaba...

Betty.- Pues lo disimuló Vd muy bien, pero que muy bien...

Armando.- Bueno mi amor, ya sabes que dice el refrán... “el que tuvo retuvo y guardó pá la vejez”...

Betty.- ¡Mi viejito lindo!...

Armando.- Sin abusar ¿ah?... tampoco hay que tomarlo al pie de la letra.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora