La otra capítulo 7

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Armando se sentía absolutamente relajado, estaba sentado en el salón de su antiguo apartamento de soltero, y junto a él, estaba Betty, su Betty. Ambos comían palomitas de maíz de un bol mientras veían una película. Desde que él había regresado de su luna de miel con Marcela, habían establecido una rutina que procuraban no romper y de ese modo se veían y pasaban un rato de intimidad, casi todos los días. No salían a almorzar a la calle, sino que comían cualquier cosa en la empresa, de modo que a las seis o seis y media, podían dar de mano y se iban a casa de Armando, que la conservaba a pesar de que Marcela estaba convencida, de que se había vendido, o al menos puesto a la venta.

Y allí se dedicaban a ellos. Estaban juntos hasta las nueve y media o las diez, en que él la llevaba a su casa. Don Hermes, se tragó sin mucha dificultad la mentira, de que ahora que ella era vicepresidente financiero de la compañía, debía estar más tiempo en la oficina. El fin de semana, también se organizaban para poder estar juntos. Los sábados por la mañana Armando los pasaba en el club montando y dedicado a la práctica de otros deportes, Marcela le acompañaba y almorzaba con él. A media tarde se reunía con Betty en su piso y el domingo, estaban empezando a hacer algo de turismo local algún día que otro.

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Los papás de Betty se estaban acostumbrando a las salidas de su hija, en los días de asueto, decía ella que con amigas y por su parte Marcela rabiaba, pues su esposo, literalmente la ignoraba. Armando hacía lo que le venía en gana y no le participaba absolutamente ninguno de sus movimientos. Ella había intentado reclamarle como tenía por costumbre cuando eran novios, pero después del chasco del cambio de actitud de Margarita, se veía sola en su afán de recriminar a su esposo.

Aquel día, en que Armando despidió a Patricia, corrió a dar sus quejas a su suegra, pero para su fastidio la línea dio ocupada. Después debió de atender varias llamadas referentes a su departamento en la empresa, y cuando por fin pudo comunicar con Margarita, se encontró con la sorpresa de que Armando ya la había puesto al corriente de todo lo sucedido, claro que en esta ocasión ella era la agresora y él, la victima, el agredido.

Marcela.- Aló Margarita, que bueno, hace un ratito que te llamé pero tenías la línea ocupada, como llegamos anoche de la luna de miel.

Margarita, bastante seca.- Hablaba con mi hijo.

Marcela, desmarcada.- ¿Con tu hija?... ¿con Camila?... pero ¿no estás en Ginebra con ella?...

Margarita, sarcástica.- No hay peor sordo que el que no quiere oír...

Marcela.- ¿Por qué me dices eso?... ¿estás molesta por algo?...

Margarita.- Porque has entendido perfectamente lo que te he dicho. Estaba hablando con Armando, con mi hijo. Y sí, estoy muy molesta, ¿tú te crees que es de recibo como tratas a tu esposo?, ¿acaso piensas que Armando Mendoza es un títere para que tú le manejes a tu antojo?...

Marcela, horrorizada.- ¡¡¡Margarita!!!... ¿cómo me dices eso?...

Margarita.- ¿Que cómo te digo?, demasiado bueno que es, que si llega a tener el genio de Roberto, o el de tu propio papá… o el de tu hermano adorado… a ver dónde estabas tú, piensa que Daniel recibiera los reclamos, los gritos que tú le das a Armando... imagina que le formases las reclamaderas que le formas delante de cualquiera... Cómo hubiese reaccionado ¿ah?... ¿cómo?...

Marcela, enfadada.- Es que me engaña, Margarita... a la primera de cambio me es infiel.

Margarita, ácida.- Ya lo sabías antes del matrimonio, nunca lo ha escondido, él es así... no es que me enorgullezca, pero es lo que hay, si no pensabas soportarlo, debías de haber cancelado el matrimonio y ya... Ahora bien, de eso a que le montes escándalos en público, da lo mismo que sea delante de las secretarias o demás personal de la empresa, que de la señora Cecilia Bolocco, no me parece para nada bien... es mi hijo y un hombre de los pies a la cabeza, que sea lo que sea, tiene su dignidad.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora