Historias de Betty, la fea

La misión (Final)

POR SIEMPRE

CAPITULO 10: POR SIEMPRE

El día amaneció precioso. Era un bello día de otoño. El sol lucía en el cielo de Bogotá llenando de luces las frías aceras de la ciudad. Majestuosa, la Catedral Primada se erigía en estandarte espiritual para todos los fieles. Sobre las escalinatas de entrada, una espectacular alfombra roja flanqueada por pequeños parterres de flores diminutas.

En el interior, todos los bancos estaban adornados con pequeños bouquets de rosas blancas y azaleas. En el altar, un magnífico centro de flores blancas adornaba y daba luminosidad al oscuro recinto. Unos cirios rizados iluminaban la imagen de la patrona del país, la Virgen del Rosario.

Los invitados a la boda más famosa del país, aún no habían llegado. Un acólito iba encendiendo todas las imágenes de la iglesia, mientras que un par de monaguillos ensayaban los cánticos religiosos con el maestro de coro.

En la casa de los Mendoza-Pinzón, todo era contenido nerviosismo. La pequeña Aurora se casaba con su joven novio, el doctor Alejandro Lotina, tras un noviazgo de tres años. Después del pequeño amago de infarto de Betty, Aurora y Alex se siguieron viendo. Se convirtieron con los meses en grandes amigos. A pesar de que Aurora regresó a Madrid a terminar sus estudios, Alejandro la siguió recordando . A su vuelta, se dieron cuenta de que ese cariño fraternal que se tenían, se había convertido en otra cosa. En amor. El amor que un hombre siente por una mujer, y viceversa. El día que se dieron por primera vez un beso...tocaron el cielo con las manos. Ahora que se iban a casar, Dios les entregaba la felicidad a manos llenas.

En el cuarto de Aurora, estaban su hermana Diandra y su madre. Su padre, impecablemente vestido de chaqué, por algo era el padrino, esperaba nervioso en el salón, junto a D. Roberto, su suegro D. Hermes y su esposa, Dña. Julia. Su madre, Margarita, había fallecido hacia ya cinco años. Una afección pulmonar se la llevó a los 60 años. También estaba a su lado, su hermana Camila, recién llegada de Londres junto a su nuevo marido, Phil Rogers. Los caballeros iban enfundados en trajes de color oscuro. Las damas, estaban preciosas. Doña Julia elegió para la boda de su nieta, un vestido de seda en tonos violáceos, hasta la rodilla con chaqueta a juego. Su pelo, estaba recogido y se apoyaba pesadamente en un bastón, ya que no podía andar muy bien debido a sus problemas de artrosis. Camila por su parte, prefirió un conjunto de dos piezas de top y pantalón en seda salvaje rojo tornasolado. Zapatos altos y un chal en rojo, de tono más suave, completaban el conjunto. Pelo suelto y maquillaje suave, resaltando sus ojos verdes, herencia de su madre.

D: Bueno, Auri ya está lista. Baja en unos minutos. ¿Puedo hacer algo por aquí?.

Diandra, bajaba saltarina las escaleras. Estaba muy feliz por su hermana y eso se le notaba en la cara. Lucía un sencillo vestido de gasa en tonos azules. Era un diseño exacto al que luciría su concuñada Silvia, sólo que el de esta última era en color salmón. Diandra, de 18 años, pelirroja, menuda y algo pecosa era puro nervio, pero todo ternura. Un auténtico torbellino. En eso se parecía a su hermana, solo que Aurora ya se había tranquilizado gracias al amor de Alex.

C: Calmar a tu padre, creo que está más nervioso que la novia...
D: Pues debería acostumbrarse a eso. Al fin de al cabo yo también me casaré algún día, y tendrá que volver a pasar por esto...
J: Sí, pero para que tú te cases, aún falta según creo- le contestó su padre, acariciándole su pelo rizado- pero ella se casa hoy ¡HOY!.
C: Cálmate, Jorge...Esto es normal. Mamá también pasó por eso, cuando tú te casaste y cuando yo lo hice. Al fin de al cabo, es normal. Es ley de vida. Los hijos-puntualizó-son de uno hasta que se casan, después pasan a ser de la pareja. ¡Qué le vamos a hacer!.

En su cuarto, Betty ayudaba a vestirse a su hija. Colocada a su espalda, tras ella, la abrazaba muy fuerte, viendo su reflejo por el espejo de su tocador.