Milagro en navidad

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Se sentía bien, le gustaba este apartamento, que ocupaba desde hacía tres semanas. Estaba en la calle 34, muy cerca de Central Park, dónde ha ido a montar los tres últimos fines de semana. En la oficina, le habían facilitado el lugar, en el cuál alquilar los caballos, “The Claremont Riding Academy” y la experiencia había sido fascinante.

Ahora, apuraba su vaso de whiskie escocés, mientras oía a Mähler y contemplaba, como llovía en la calle. A fin de cuentas, no era más que otra tranquila tarde de domingo, de un prematuramente frío, mes de noviembre en Nueva York.

Se levantó, para poner otro trozo de madera en la chimenea y tomó en sus manos, el pequeño marco de plata, en el que conservaba como un tesoro, la foto de ella. Esa pequeña imagen, hecha probablemente en una máquina automática, y que debió presentar para su hoja de vida laboral.

"¿Dónde estará?, ¿qué habrá pasado con ella?..." debería haberla buscado... Bueno, haberla buscado más, porque hacerlo si lo hizo, pero solo durante los dos primeros años, luego cedió a la horrible idea, de que había desaparecido de su vida para siempre. Y en ese momento, el vacío se hizo dueño de su corazón, y nada había vuelto a ser lo mismo.

¡Que estúpido fue!, pensó que manejaba el asunto, que lo tenía todo controlado, que ella, iba a ceder a sus juegos y a sus manejos, y al final, el único que perdió, fue él mismo. Perdió toda la felicidad que la vida le había puesto por delante, por causa del miedo al chisme, al que dirán, al ridículo social.

¿Cómo pudo pensar, que ella viajaría a Buenos Aires, solo porque él se lo pedía?, y allí debía esperar, haciendo no se sabe qué, que él se casara, dejara pasar unos meses y se divorciara, para ir a buscarla... y mientras, su familia, sus amigos, su vida de Bogotá, la única que ella había conocido, botada a la basura.

Y aún así, se sorprendió e incluso se sintió ofendido, cuando la telefoneó al hotel de Buenos Aires, y allí le dijeron, que nadie con su nombre se había registrado. Claro, que cuando regresó de su “luna de hiel”, y encontró el sobre, con todos los documentos de Terramoda, los poderes a nombre de Nicolás Mora, los billetes sin usar a Buenos Aires y la maldita carta del inepto de Calderón, entendió todo.

Ella lo sabía desde hacía mucho, sabía que él la estaba engañando, la estaba utilizando y a pesar de todo lo salvó del desastre. Pero claro, no fue capaz de creerlo, ¿cómo lo iba a creer?...

Habían pasado seis años, casi siete. Y ella seguía desaparecida. Nicolás Mora, era el vicepresidente financiero de Ecomoda, y de lo que pasó en aquellos días, nadie sabía nada. La empresa se recuperó, se levantó el embargo y Terramoda se disolvió.

Sus papás, seguían viviendo en la casa de Palermo, pero a pesar de que él había pasado en multitud de ocasiones por aquella calle, e incluso estacionado su carro frente a la casa, nunca más había vuelto a hablar con ellos ni a verlos de cerca.

Por más que había intentado saber de su paradero, por Nicolás o por las secretarias, todos habían guardado el más absoluto de los secretos. Es más, él estaba convencido, de que las muchachas del Cuartel, poco sabían de ella.

En todo aquél tiempo, solo se había enterado de una cosa, ella estaba viviendo en el exterior, casi seguro en los Estados Unidos, pero ¿dónde?... ¿dónde?...

Ahora, que por fin, Marcela le había concedido el divorcio, y que Camila se había instalado de nuevo en Bogotá, él, había decidido darse un año sabático y marcharse a Nueva York. Quizás así, consiguiese olvidarla, quizás así, dejase de soñar casi a diario con ella, y con sus besos, tan lejanos en el tiempo, pero tan frescos en la memoria.

No pretendía buscarla, ¿cómo iba hacerlo en un país como aquél?... si preguntase en inmigración, o buscando su nombre en las listas de la seguridad social, podría localizarla... a lo mejor...”

Historias de Betty, la feaWhere stories live. Discover now