Me regaló la Luna

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Armando tomó una habitación en un hotel de la ciudad, sobre todo por Luna, que si hubiese estado solo, no se habría separado de la cama de Betty.

El mismo día que la encontró, llamó a doña Julia para comunicárselo, así como su intención de trasladarla a Bogotá, en cuanto los médicos se lo permitiesen. La mamá de Betty, se le derrumbó por el teléfono, la tensión de aquellos cuatro años, le explotó con la confirmación de que su hija, tal y como ella presentía, estaba viva. Cuando la buena mujer se calmó un poco, Armando le dijo que iba a ponerle el teléfono a Betty, para que ella pudiese hablarle, pero que su hija de momento no le podía contestar.

También supo Armando, que don Hermes, seguía empecinado en no aceptar la maternidad de Betty y aunque doña Julia le había hablado de la niña y de la desaparición de la hija, seguía sin dar su brazo a torcer. Al principio cuando supo que a Betty se la daba por muerta, quiso inmediatamente hacerse cargo de la nieta, pero cuando supo que esta estaba con su papá y quién era éste, se ofuscó mucho más de lo que había estado, por aquella falta de consideración, según él, de Beatriz Aurora, prefiriendo dejar la tutela de la niña a un extraño, antes que a sus papás.

Así que el tema en casa de los Pinzón seguía lo mismo, solo que ahora, la pobre de doña Julia, se escapaba cada vez que podía a un locutorio público, para llamar al celular de Armando y hablar con su hija.

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En Bogotá nadie sabía nada, a excepción de don Roberto, a quién Armando llamó la misma noche que encontró a Betty, para comunicarle que estaría unos días fuera de la empresa y la razón. Don Roberto, que junto con su mujer, habían aprendido a querer a su nieta, se alegró mucho por ella y por su hijo de la aparición de Beatriz y tranquilizó a Armando, con respecto a su ausencia de Ecomoda.

Desde que su hijo canceló el matrimonio con Marcela e intentó suicidarse, don Roberto se había estado cuestionando a sí mismo y a la relación que habían tenido con sus dos hijos, ambos les habían decepcionado y habían optado por otros caminos, y en las dos ocasiones, había sido por amor.

Camila, que estaba afincada en Suiza y trabajaba como ilustradora de cuentos infantiles, para una editorial, fue la primera. Es cierto que su relación fracasó y el precipitado matrimonio, se rompió, apenas tres años después de celebrado. Pero también era cierto, que la pareja no tuvo ningún tipo de ayuda, por parte de la familia. Debieron marcharse de Colombia, sin dinero, sin trabajo y con un bebé de pocos meses, a un país extraño. Lo pasaron muy mal, y encima eran colombianos, lo cual le asignaba la etiqueta de sospechosos de....

Si hubiesen tenido la ayuda de la familia, a lo mejor las cosas hubiesen ido mejor, pero eran dos chiquillos, asustados, con un bebé y sin un peso. El único de la familia a quién recurrió Camila, fue a su hermano y éste voló enseguida hasta Lucerna, dónde vivía ella y se quedó hasta que su situación se estabilizó.

Primero intentó convencerla de que regresase a casa, pero Camila, tan terca como siempre, no perdonaba a sus papás, que le hubiesen dado la espalda a ella y a su marido, cuando más lo necesitaban. Así que le compró un apartamento, le abrió una cuenta con una buena suma de dinero, resultado de los cheques de beneficios de la empresa, que a ella le correspondían como accionista, y se cercioró de que se quedaba bien, antes de regresar a Colombia.

Ahora, las cosas eran distintas, Camila había madurado y ellos habían podido retomar su relación con ella. También conocieron a Gaby, su nieto, cuando el niño tenía casi cinco años, como había pasado con Luna. Y lo mismo, que con él, se habían encariñado con ella. Si Gaby era todo energía y vitalidad, Luna era la dulzura y la inocencia. Ninguno de los dos se parecía a la familia de ellos, el chiquillo era un calco de su papá, como Luna lo era de Betty, parecía que los genes Mendoza, no eran demasiado dominantes, en esto de los parecidos.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora