capítulo diecisiete

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Harry

Kayleah despertó con la ansiedad de que su amiga se iba a enterar que renunció y que no volvería a Los Ángeles en un par de meses, que se enojaría con ella. Así que me tiene aquí estirado en la cama mientras me hace discursos de cómo darle la noticia. Le dije que lo tomaría bien, que la conversación fluiría, si se tienen confianza no debería haber problema, al final, Kay es mayor y ha demostrado que toma bien las riendas de su vida –aunque la preocupación de que caiga en una enfermedad tóxica sigue ahí.

—Solo llámala, de seguro va a estar más que feliz por ti —agarré su móvil—. ¿Cuál era su nombre? Empezaba con A —el primer contacto me sonaba, por lo que marqué sin su consentimiento—. Habla con ella, deja de comerte la cabeza.

— ¿Kay? —Se escuchó su voz ronca, olvido que la diferencia horario constantemente—. ¿Harry?

—Kayleah quiere hablar contigo, las dejo —me levanto, me doy cuenta que ni siquiera saludé a la pelirroja y me golpeo la frente por la poca cortesía.

Fui a la cocina, ya habíamos almorzado y no tenía nada que hacer aquí pero me parecía más entretenido que sentarme en la sala esperando a que terminaran de conversar. Se escuchó en la primera planta el grito de Aada, sonreí, sabía que estaría emocionada por su mejor amiga y lo poco que conozco de ella, se preocupa por Kay como si fuera su hermana. Una amistad que no debería morir en mi parecer.

A pesar de no tener hambre, agarré una manzana de la fuente. No suelo tener frutas en casa porque luego me olvido de que están ahí y termina pudriéndose pero desde que la ojiazul llegó a Londres que mantiene un par de alimentos a su gusto a mi alrededor. Y hablando de ella, me llamó a que subiera.

—Aada quiere hablar contigo —parecía asustada—, a solas —se levantó ocultando su rostro con la manda del delgado suerte—. Estaré abajo.

Volví a la cama asegurándome de estar en un buen ángulo, la pelirroja se veía nerviosa con sus dedos en la boca. Esperó a que me acomodara antes de comenzar a hablar.

—Debes cuidar a mi amiga —cerró los ojos, soltó un suspiro pesado y continuó—. Kay antes de irse a Inglaterra tuvo una caída muy fea por olvidarse de comer, el doctor que la atendió la conocía y la derivó a un nutricionista, cuando se fue estaba bajo cinco kilos. He notado los últimos meses que ha adelgazado y se la pasaba horas en el gimnasio, se levantaba a las cuatro de la mañana para que le calzara con el trabajo, además el estrés la afectó el doble.

—Me he dado cuenta —admití, se le notaba la preocupación en los ojos—. Una de las primeras noches se levantó a vomitar, me dijo que demasiada comida le sentó mal pero supuse que aparte otra cosa andaba mal.

—Harry, ella ya tuvo problemas alimenticios antes y no fue nada bonito, sobrepasó un límite y si vuelve a llegar ahí, va a ser horrible e incluso traerá otras consecuencias.

—Estaré al pendiente ¿sí? Está en buenas manos, la cuidaré —prometí—. Será mejor que vuelva antes de que probablemente le de un ataque de ansiedad allá abajo.

Se recostó a mi lado, se había hecho un moño y se mordía las uñas, le quité de inmediato la mano de la boca. Aada se reía apenas, aún con los ojos hinchados por estar recién despertando.

—Espero que nunca más me vuelvan a despertar, ahora tendré que alistarme para trabajar —gruñó la pelirroja—. Y ustedes, pórtense bien o iré personalmente a agarrarle las orejas. Te quiero, Kay.

—Yo igual —le hizo el gesto de despedirse, lo repetí y se cortó la llamada.

Por impulso agarré las mejillas de la ojiazul y la besé, se demoró unos segundos en responder por la sorpresa. Sus labios se me volvían cada vez más un hábito, el contacto físico me pone los pelos de punta de una buena manera aunque no era solo eso lo que me gustaba de Kayleah, tenía otra forma de ver el mundo y aunque no me ha contado sobre sus problemas y lo que pasa por su cabeza, intento entenderlo.

Alive H.S. ©Where stories live. Discover now