capítulo nueve

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El viaje en coche fue extraño, no sabía si sentirme incómoda o relajarme ante su presencia. No conversamos nada luego de que ambos nos pusiéramos al día en cómo nos había ido en el transcurso de la tarde, él parecía relajado y definitivamente llamaba mi atención cómo el aire golpeaba su rostro; su cabello se peinaba perfecto hacia atrás  y su mandíbula marcada quedaba despejada de cualquier mechón caído.

Deseaba fotografiarlo en este preciso momento.

—Hey —llamó mi atención—, sería ideal si me dieras tu dirección exacta, solo dijiste que vivías por Santa Mónica —me sonrojé por lo distraída que estaba, además de que debí decirle al principio dónde vivía.

—Lo siento —bajé la mirada a mi regazo, tomé mi móvil y puse la dirección en el mapa para que fuera más fácil de entender a dónde nos dirigíamos.

No soy de llevar gente a mi departamento, no me gustaba la idea de que invadieran mi espacio personal y me había costado desde que volví a California, que este quedara como me gustara. Podría revelarse mucho de mí si las personas que entraran supieran leerme bien.

La primavera se notaba en su máximo esplendor, a pesar de que el frío se apoderaba de las calles en las mañana. En las tardes estaba atardeciendo a horas de la noche, podía salir con mis vestidos llenos de flores y camuflarme entre la gente, Mayo era un mes hermoso en Los Ángeles y una buena temporada para salir a caminar si sofocarse con el calor del pronto verano. Disfrutaba del clima y las flores en su máxima expresión, desearía poder aprovecharlo más pero mi solitaria vida no me permitía hacerlo por mi misma.

—Llegamos —paró justo enfrente del pequeño edificio, le dije que diera la vuelta a la manzana para poder estacionar el coche, yo no usaba mi estacionamiento correspondiente por razones obvias.

Las manos comenzaron a sudarme una vez que comenzamos a subir las escaleras, no sé si era porque sabiendo los lujos con los que probablemente él vivía encontraría mi piso una pocilga, o por la invasión, o tal vez solo por ser él.

Cuando había salido de mi trabajo estuve divagando en cómo contactarlo si mi móvil seguía en el gimnasio –lo recuperaría por la mañana– pero al encontrarme afuera de Vogue encontré su coche estacionado en frente. Me sorprendió que acertara de esa manera a la hora, le pregunté si me estuvo esperando demasiado, no sé si mintió pero respondió que solo unos quince minutos.

—Bienvenido a mi hogar —sonreí abriendo torpe la puerta, el aire acondicionado estuvo apagado todo el día por la buena temperatura, la luz de la luna entraba por la ventana de mi cocina que se conectaba casi directamente con la sala—. No es mucho pero me hace feliz.

—Es un lugar muy acogedor, Kay —observó con cuidado mis paredes—. Da esa sensación de que es tuyo, por muy poco que te conozca.

—Mi lugar seguro —admití—. ¿Quieres algo para beber? Pide lo que sea y de seguro lo tengo —saqué dos cervezas de mi refrigerador para que viera que poseo alcohol, asintió y me acerqué quitándole la tapa a las botellas.

Vi que se me movía nervioso, mis modales desaparecieron por unos minutos porque no lo invité a sentarse, supuse, como siempre entra gente conocida, que tendría la confianza de apoderarse del sofá. Me equivoqué, era demasiado caballero para sentirse libre aquí.

Iba a encender la televisión para que hubiera ruido de fondo, soy mala comenzando conversaciones pero Harry parecía interesado en mi trabajo, tuve que contarle la historia completa del evento de hoy y cómo era uno de los días más cansadores del año. Él me contó el proceso de hacer un álbum, la creación de Fine Line me fascinó, sobre todo esas partes que quedaban como anécdotas, no le importó contarme que había probado hongos alucinógenos y que se emborracharon en las calles de Japón. Un país tan lejano que quizá nunca visitaría porque no contaba con las mismas oportunidades.

Alive H.S. ©Where stories live. Discover now