—Lord Steven verá a Ilora en el bautizo, ¿para qué la necesita ahora?

La voz de Castiel fue severa y me sorprendí al ver el respeto con el que lo miraron los tres sin-nombre. Dominic no pareció afectado.

—No tenemos la información, pero se nos encomendó escoltarla, además de informarte que la reina necesita tu compañía, pues visitará a los videntes.

—Prometí estar con Ilora, no puedo dejarla sola...

Vi la duda en el semblante de Castiel y recordé que la reina necesitaba confirmar su embarazo, para así probar las palabras de Made. Incluso yo necesitaba saber si lo que la niña dijo era verdad, así que tomé la palabra.

—Puedo ir con ellos, Castiel. Ve con Yunna, te prometo que estaré bien.

—Sí, pero yo no lo estaré cuando Alhaster sepa que te dejé sola —frunció el ceño.

—¿Tienes miedo de mi dragón? —me burlé, levantando una ceja y obtuve una negación de su parte.

—No, tengo miedo de ti, cuando veas lo que le hago a tu chico por meterse conmigo —allí no pude más que reírme y entonces, para sorpresa de todos, lo abracé.

—En ese caso, hasta que yo regrese, mantente alejado de Alhaster —guiñé y volví mi vista a los cinco soldados frente a mí—. Llévenme con su majestad.

Mis pasos eran suaves y medidos, mientras seguía las indicaciones de Dominic para llegar a la sala de entrenamiento privada del rey. Si algo había aprendido de los elfos era que el silencio y el sigilo no eran opción, sino una necesidad si querías sobrevivir.

Aún desconocía el motivo por el que nos reuníamos, pero no podía negar que mi curiosidad era superior a cualquier reserva que pudiera tener acerca de estar a solas con su majestad.

Por fin, luego de varios giros y muchas puertas parecidas, me encontré frente a un descomunal pórtico forjado en oro puro, o algún similar. El rey se encontraba allí y practicaba movimientos de combate. Estaba sin camisa y con solo un pantalón ajustado en un cinto. Utilizaba muchos de los trucos que mi padre y Brennan me mostraron, pero poseía una gracilidad que ni con práctica me imaginaba alcanzando alguna vez. Ni siquiera su cabello, atrapado de manera pobre en un moño alto, entorpecía su práctica.

Estuve a punto de anunciarme, cuando vi un cuchillo volar hacía mí. Apenas un segundo fue lo que tuve para esquivarlo, pero tuve que regresar mi mirada a la pared a mi lado para encontrar la punta de una daga enterrada en la piedra.

—¿Qué hubiera pasado de no haber reaccionado a tiempo? —cuestioné en un susurro y subí las manos a mi cuello para asimilar el que seguía viva.

—En ese caso estarías muerta y no tendría que responder esta pregunta —respondió con simpleza y caminó hasta estar frente a mí.

No pude evitar el observar su torso desnudo. Era atlético y quizás mucho más joven de lo que creí posible. Líneas de sudor delineaban sus cincelados brazos; siendo ello la única prueba de que había estado entrenando. Incluso podría jurar que su respiración era más natural y superficial que la mía, que al parecer no me recuperaba de la sorpresa de ver una hoja de plata dirigida a mi cuello.

El rey me sonrió, como si pudiera adivinar la línea de mis pensamientos y se inclinó frente a mí. Retrocedí por instinto y lo observé retirar el cuchillo clavado en su pared

—Debo entender que estás aquí más que para verme, ¿cierto? —indagó, levantando una ceja y agachándose para guardar su arma en unas correas ocultas en sus tobillos.

—Uno de sus hombres me dijo que usted necesitaba hablar conmigo —respondí, recuperándome y viendo cómo se ponía de pie.

—Pedí que te trajeran previo a tu salida, por lo que asumo que te irás mañana o esta noche, luego del bautizó de Madelen —inquirió y pude notar cierto desagrado en sus palabras.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora