6º Curso. Capítulo 7

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Iyala corrió en busca de Kove, Nuth, Feriel, Azrael y todo aquel que pudiera ayudar. Snape siguió a Heon entre los imtares, que miraban a su alrededor confusos e inquietos. La música había cesado en toda la ciudad.

Tardaron más de lo que hubieran querido en llegar hasta el origen de la columna de humo, empujando a los ciudadanos para hacerse paso. La calle en la que se había ocasionado la explosión estaba lejos de las zonas de fiesta y completamente desierta. Snape dejó de correr al ver la escena que se abría frente a él.

Había dos edificios en llamas y otros tantos tenían las ventanas destrozadas, fruto de un estallido que parecía haberse originado en medio de aquella estrecha calle. En el suelo había varios cuerpos, tres para ser exactos. Se acercó a uno de ellos. Era una mujer, pudo saberlo a pesar de que parecía haber recibido un fuerte zarpazo de una bestia inmensa, que le había arrancado parte de la cara y la mandíbula. Junto a lo que quedaba de su rostro estaban los restos, hechos jirones, de un pañuelo negro con algo bordado en plata.

Se aproximó a otro de los cuerpos, un hombre corpulento tirado de lado. Se agachó junto a él y lo movió para ponerlo boca arriba. Snape dibujó una mueca de asco y contuvo una arcada. Se había llevado un tajo desde la cadera izquierda hasta el hombro derecho, tan profundo y ancho que los intestinos se habían desparramado por los adoquines y alcanzaba a ver el blanco de las costillas. Volvió a mirar el rostro del hombre, le sonaba de algo. Le quitó el pañuelo y no quiso creer lo que dejó al descubierto.

—¡Heon! —llamó al elfo, que hasta ese momento había estado rastreando la calle.

El hombre se acercó corriendo y cuando vio el rostro del sublevado muerto su expresión se enfureció.

—Maldito hijo de puta. Ahora me alegro el doble de que te seleccionaran a ti —gruñó mirando el cadáver de Mábraros.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Esto lo ha hecho Elyon? —el mago miró al elfo con preocupación.

—Lo único que importa ahora es encontrarla. Y joder, está tan descontrolada que su rastro lo impregna todo. No hay un trazado claro que seguir —gimió Heon con desesperación.

—¿Descontrolada?

El elfo sacó de su bolsillo el anillo verde que el joven se había quitado cuando le abrasó el dedo. El mago ni siquiera se había dado cuenta de en qué momento el hombre lo había recogido del suelo antes de salir a la carrera.

Heon se lo colocó en la mano izquierda y nada más le tocó la piel dibujó una mueca de dolor, ahogando un gemido. Seguía ardiendo como si estuviera al rojo vivo, pero sin él no podría encontrarla. En la palma de su mano se dibujó un pequeño mapa simplificado de la ciudad por el que se movía un punto. Echó a correr de inmediato con la mandíbula apretada, en parte por la rabia y en parte por el dolor intenso y penetrante que le producía el objeto mágico.

—¡Severus, cada pocos metros lanza al cielo un destello para que el resto pueda seguirnos!

—¡Pero eso alertará a los sublevados! —lo seguía todo correr.

—¡Pues que los alerte! —le espetó— ¡Que se preparen si quieren! ¡Pero necesitamos que el resto nos encuentre para ayudarnos!

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Elyon empujó a la gente que había a su alrededor. Gente sin cara, o peor, con rostros grotescos salidos de las más oscuras y retorcidas pesadillas. Y entre ellos estaban los sublevados, acechándola. Veía con claridad las estrellas brillando en sus rostros oscuros, bajo capuchas que eran pozos sin fondo. En rostros de ojos vacíos o con sonrisas desproporcionadas, babeantes y de enormes dientes afilados.

Elyon (Tetralogía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora