6º Curso. Epílogo

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El señor Farran llamó al timbre por quinta vez, pero la familia siguió sin abrir la puerta. Se rascó la nuca sopesando qué hacer.

—¡Gordon! ¡Gordon! ¡¿Estás en casa?! —llamó, y al poner de forma inconsciente la mano en el pomo, este giró y la puerta se abrió— ¡Gordon, ¿estáis en casa?!

La vivienda estaba en completo silencio. De no ser por los periódicos, el correo acumulado en la puerta día tras día y que ya no cabía en el buzón, y la falta del griterío de los niños jugando en el jardín desde hacía días, no se habría acercado a casa de sus vecinos. Lo habitual era que si se iban de vacaciones lo avisaran a él, precisamente para que se encargara de la correspondencia y del hámster de la pequeña Sophie. La menor de los Wilson adoraba a ese pequeño roedor obeso de color dorado, que no dejaba de correr en su rueda de plástico.

—¡¿Hola?! —volvió a gritar adentrándose en el recibidor.

Se movió con inquietud por la casa. No le gustaba entrar sin ser invitado, pero quería asegurarse de que todo estaba en orden. Ya era bastante extraño que se hubieran marchado sin decirle nada, que dejaran la puerta principal abierta lo era aún más. Bien era cierto que el coche no estaba en el exterior. Tal vez se habían tenido que marchar a toda prisa por algún motivo importante y por ello no lo habían avisado y se habían dejado la puerta abierta en un despiste.

Solo por si acaso recorrió el resto de la casa, para quedarse tranquilo. Efectivamente todo estaba en su lugar. Antes de marcharse fue a la habitación de Sophie para comprobar que Pelusa, el hámster, estaba bien provisto de agua y comida, y tenía la arena lo suficientemente limpia. El señor Farran guardaba una copia de las llaves de la vivienda, se encargaría de cerrar bien la casa y de pasarse cada poco hasta la vuelta de la familia para cuidar del pequeño roedor y el jardín.

Fue al entrar en la habitación de la niña pequeña, pasando por encima del laberinto de tubos de plástico que recorrían el dormitorio para uso y disfrute de la mascota, que supo que su inquietud no era fundada. Sobre la cama cubierta con una colcha de delfines, estaba Dippy, el diplodocus de peluche vestido con una camiseta amarillo del Museo de Historia Natural de Londres. Shopie nunca iba a ninguna parte sin él. Jamás.


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Elyon (Tetralogía)Where stories live. Discover now