30. Zapatos de leche y amor propio

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AZARIAH
EDÉN: 5 - AVERNO: 26


—Howard, te toca ordeñar a la vaca. —Pateo una de las patas de su cama.

Se incorpora sobre sus codos con un quejido y me mira con un solo ojo abierto. El otro parece sellado con pegamento.

—¿A la vaca le toca ordeñar a Howard qué? —susurra con ronquera, desorientado.

Una de mis cosas favoritas de dormir, es que al despertar, al menos durante los primeros diez segundos, no recuerdas las cosas malas que te sucedieron. Es algo masoquista, puesto que luego haces memoria y lo único que deseas es volver a tumbarte en la cama y despertar cuando todos los problemas estén resueltos.

—Levanta esa tienda de campaña que te toca explorar el granero —señalo con el mentón su erección bajo las sábanas antes de salir de la habitación—. ¡Hay que ir por leche bebible y no encontrarás de esa en tu habitación, apresúra...!

Oigo un estruendo. Al echar una mirada sobre mi hombro, veo que en su intento por salir de la cama se enredó con las mantas y terminó en el piso. 

Parece La Sirenita fuera del agua.

—Por amor a San Pedro, deja de gritar esas cosas que van a oírte —sisea exasperado.

Si hubiera tenido un hermano varón, me habría encantado fastidiarlo con chistes todas las mañanas, pero Kyla no fue Kylo. Las mañanas nunca fueron divertidas con una adolescente que se encierra a maquillarse y arreglarse el cabello durante cuarenta y cinco minutos. 

Tuve que entrenar a mi vejiga para que no explote durante la espera.

Saint estaba tan sobrepasado por la situación anoche, que ni siquiera tuvo fuerzas para ponerse el pijama. Como está cambiado, solo toma los zapatos alineados junto a la mesa de luz antes de seguirme. Vacila un segundo al mirar hacia atrás. No tiene que decir que le carcome la conciencia marcharse sin hacer la cama primero.

Tomo la cubeta de acero y la canasta al pasar por la cocina. Empujo la puerta con el hombro y Howard me sigue. Cuando el mosquitero se cierra a su espalda, corre para alcanzarme

—Oye, respecto a lo de ayer...

—Primero los zapatos —señalo.

Se detiene a ponerse uno. Mientras tanto, el campo se extiende hasta un presunto infinito. El aire fresco usa las hojas de los árboles como un laberinto, deslizándose entre ellas y luego entre las hebras de nuestro cabello. El gallo, Boleslao, canta desde la cima del gallinero y los pájaros en las copas de los olmos usan las ramas como pistas de despegue para lanzarse al aire y danzar en el amanecer.

Howard regresa a mi lado casi sin aire por la carrera.

—Quería decir que...

—Primero los zapatos —insisto.

Bufa y salta en un pie mientras intenta ponerse el restante. Al entrar al granero dejo la canasta sobre una paca de paja antes de ir hacia Mauritiana, la vaca familiar. Deposito la cubeta en el piso y acaricio su lomo. Sobre ella, veo a Howard todavía en la entrada del granero, con las manos escondidas en los bolsillos delanteros de sus pantalones.

Luce incómodo. Avergonzado. Cauteloso. Preocupado. Triste.

Todo lo que no quería que sintiera.

—Arremángate y siéntate aquí. —Inclino la cabeza hacia el banquillo que hay junto a Mauritiana—. Vuelvo en un segundo.

Mientras lleno una cubeta con agua, no puedo evitar echarle un vistazo de reojo. Observa a la vaca como si esta pudiera darle todas las respuestas y no fuera él quién debiera encontrarlas.

Éticamente hablando, te quieroTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon