41. Éticamente hablando

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AZARIAH
EDÉN: 5 - AVERNO: 26

—¿Me convidas un poco?

Miro con desconfianza al chico que se apoya en el marco de la puerta. Lleva puesto un pijama a cuadros y una bata negra del mismo color que su gorro de lana.

—Buen intento. —Doy otra calada.

Sonríe hacia sus pantuflas, carente de remordimiento por intentarlo. Llegué al psiquiátrico hace diez minutos, pero todavía no me animé a entrar. Cuando Greg me envió un mensaje diciendo que Mery ya podía recibir visitas, dudé respecto a venir. No podía dejar de oír las palabras de Saint: No es tu amiga, es mía.

Es probable que ella quiera ahorcarme con el cinto de su propia bata por alejarla de su madre y estoy segura que Howard la alentaría con un megáfono. Después de todo, lo miré a los ojos y le mentí. Tal vez no nos corresponde estar en un lugar donde no somos bienvenidos, incluso si estamos ahí con buenas intenciones.

De repente, el chico aparece a mi lado y me quita de un manotazo el cigarrillo de la boca. Se lo lleva a la suya y se sienta en la banca de hierro contra la pared.

—Hey, idiota. —Frunzo el ceño—. Tú eres un paciente. No puedes fumar.

Se encoge de hombros y expulsa irrespetuosamente el humo en mi rostro.

—Lidio con adicción a la cocaína, no a esta cosa. —Me lo devuelve.

Lo estudio un momento. Recuerdo la fiesta de Shiro, la primera a la que asistió Howie en toda su vida, y tras la cual me contó que el hermano de Greg estaba internado. Cuando este extraño se quita el gorro y revela un cabello del color de las zanahorias, confirmo que se trata de él. A diferencia de mi ex objeto sexual de turno, este tiene las cejas más oscuras y muchas menos pecas.

—Deberías entrar —aconseja.

—No creo que me quieran ahí adentro. Gracias a mí ingresaron a una chica contra su voluntad.

Ladea la cabeza con curiosidad y tiro la colilla a una maceta donde ya se acumulan varias.

—Tú eres Azariah —reconoce y me extiende la mano—. Un placer, soy Jimmy. Mery me habló de ti. Bueno, de todos. Por cierto, esa niña Stuart me patea el trasero en los juegos de mesa. Es bastante competitiva.

Resoplo divertida porque suena como mi dictadora. Cuando le estrecho la mano, sin darme un segundo para alejarme, se pone de pie, coge el gorro y tira de mí hacia adentro.

—¿Qué carajo haces? —chillo tan bajo como puedo—. ¿A dónde vamos?

Me arrastra por un pasillo y trato de zafarme de su agarre sin llamar la atención de las enfermeras que merodean por ahí. No quiero meterlo en problemas, pero estoy a punto de armar una escena cuando se detiene de golpe y colapso contra él. Me toma del antebrazo para que no caiga sobre mi retaguardia y señala con el pulgar la puerta a su espalda.

—¿Consejo de un extraño? —ofrece, aunque no me da tiempo a responder—. Cuando tengas dudas sobre si debes mostrar preocupación por alguien o no mostrarla, elige lo primero.

—¿Qué parte de que tal vez no quiere que esté aquí no entendiste, cabeza de alcornoque?

—Mira, he conocido a muchas personas como Mery en este lugar. Varios, aunque no todos, intentaron suicidarse porque creen que no le importan a nadie y no tienen nada bueno que aportar al mundo. Se sienten una mierda insignificante. —A pesar de lo crudas que son sus palabras, en su tono se desliza suavidad y empatía mientras se pone el gorro otra vez—. Si tú estás aquí para verla, refuerzas la idea de que hay gente a quien le importa, aunque sea solo un puto ser humano en el mundo. E incluso si te saca a patadas de esa habitación, no vivirás con el remordimiento de no haberlo intentado. Puede que ella no quiera verte ahora, pero en el futuro, cuando esté mejor, recordará que estuviste aquí y tal vez te lo agradezca. A veces la presencia de una persona puede marcar la diferencia.

Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now