32. Tren de satélites

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AZARIAH
EDÉN: 5 - AVERNO: 26

—Nunca había sentido esto por nadie —confieso en el silencio que la noche estrellada nos concede mientras la contemplamos desde una manta en el césped, a la intemperie.

—¿Qué cosa?

—El potencial de que podría amar a una persona en el futuro.

Baja la mirada del cielo con una sonrisa agridulce y un par de ojos que podrían cristalizarse en cualquier momento. Siempre me muestro indiferente a la suavidad de la que está hecho, pero en el fondo es de las cosas más fascinantes sobre él.

Todos lo adoran por eso, incluyéndome en secreto.

—Siento que, si permito a Genevive entrar a la familia, la amaré como madrastra, pero no quiero pasar por la muerte de dos mamás si algo le sucede —explico mejor.

Papá asiente como si siempre hubiera sido consciente que esa es la verdadera razón detrás de mi reticencia y mi enojo a que estén juntos: miedo.

Los abuelos... Es decir, las abuelas y mi padre, estaban preparando el almuerzo más temprano. Nos habían enviado a recoger manzanas mientras tanto, pero Howard empezó a quejarse sobre que deberíamos ponernos bloqueador solar si íbamos a caminar bajo el sol hasta los manzanos. Para ahorrarnos su explicación de qué son los rayos ultravioleta, volví corriendo a la casa. Al entrar escuché un fragmento de la conversación:

«—Hablas de ella como si Cupido hubiera descargado todo su arsenal de flechas en tu trasero —se burló Niria—. ¿Cuándo podremos conocerla? Porque no nos estamos haciendo más jóvenes aquí, querido. Quiero felicitarla en persona por darte una bofetada mental de realismo cuando te pones intenso.»

Papá tiene cuarenta y seis años, pero se niega a irse a dormir sin darle las buenas noches a sus padres primero. Un día, ninguno de ellos le respondió y los llenó con mensajes de texto, de voz y llamadas perdidas. Hasta creyó que se habían muerto al mismo tiempo y nos levantó de la cama en medio de la noche para venir a chequearlos a la granja. Kyla —porque yo era demasiado orgullosa como para hacerlo— llamó a Genevive y solo bastó que le dijera unas pocas palabras por teléfono para que se calmara y desistiera de la paranoia.

Al día siguiente nos enteramos que Niria y, en su momento Robert, se habían entretenido toda la noche con juguetes de los que espero no saber nunca más en mi vida.

Son la prueba de que, sin importar la edad, siempre hay algo nuevo por explorar.

«—Ya tengo ganas de volver a la ciudad, la extraño —continuó papá con un suspiro que hasta era demasiado para el preadolescente creyente en que el amor es todo color de rosa—. Cupido no me elegía como su objetivo desde Angélica, y por mucho tiempo estuvo bien así, pero... —Al asomarme por el umbral, vi a mi progenitor inclinado sobre la mesada y a Roberta apretando su hombro con una sonrisa, antes de terminar la oración por él.

—No quieres irte a dormir solo para siempre. Extrañas tener a alguien a tu lado cuando cierras los ojos por la noche y cuando los abres por la mañana. —Miró de reojo a su esposa, quien sostenía un cucharón al otro extremo de la cocina.

—Y lo mereces —añadió ella, apuntándolo con el utensilio antes de revolver la salsa—. Las niñas lo entenderán. Al crecer, siempre lo hacemos. Algún día ellas estarán en la posición de necesitar un compañero de vida y se arrepentirán de haber sido un obstáculo para que tú no estuvieras con el tuyo. No te alejes de Genevive por ellas, Dalton. Enséñales a no ser egoístas.»

Éticamente hablando, te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora