34. Un frasco roto

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AZARIAH
EDÉN: 5 - AVERNO: 26

—Lo siento mucho.

Genevive levanta la mirada del examen que corrige en su escritorio. No pregunta sobre qué me disculpo porque sabe que la respuesta está por llegar. Algo que siempre me gustó de ella es que no habla de más ni hace intervenciones innecesarias.

Atravieso el aula y me siento sobre un banco para estar frente a frente.

—Cuando habla de ti, el hombre luce como si caminara sobre el sol y no se quemara —explico—. Lo haces sentir seguro y querido hasta de lo más imposible. También un poco asustado, pero solo cuando se mete en líos y sabe que le querrás arrancar la cabeza con una pajarera a modo de bate de béisbol.

Ríe por lo bajo y deja la pluma junto al papel antes de juntar las manos.

—Lamento haber intentado alejarte de él y haberte tratado como un pedazo de mierda en la suela de mi zapato. Nada justifica cómo me comporté, pero quería que supieras que una parte de mí también deseaba protegerte a ti porque... —Miro el techo para decirlo—: Sinceramente hablando, ¿te quiero? —dudo, pero al volver a mirarla lo confirmo—. Sí. Te quiero.

Todos somos un frasco de mermelada.

A veces, la tapa viene tan ajustada de fábrica que por más fuerza que hagas, no logras abrirla por tu cuenta. La primera opción es pedirle a alguien más que la abra por ti. En algunas ocasiones lo logrará, aunque en otras solo la aflojará. Entonces, es tu turno de hacerte fuerte y volver a la carga otra vez.

Creo que la gente abre su cabeza de esa forma, con mucha voluntad y algo de ayuda del resto. Así cambia. Así crece. Y quienes no abren el frasco, son esa minoría a la que la frase las personas no cambian se aplica.

Hasta hace unos meses, me creía un frasco cerrado y estaba cómoda con serlo. No dejaba entrar opiniones, sugerencias ni sentimientos ajenos. Era egoísta por no querer compartir mermelada, aunque hasta el día de hoy me pregunto si no lo hice porque una parte de mí temía no gustarles y que me tiraran la tostada en la cara.

El asunto es que, cuando eres un frasco que se niega a ser abierto, el resto se frustra. Conviertes el desayuno en un infierno, y jamás podré revertir el tiempo que Genevive y el resto de las personas intentaron desenroscar mi tapa, pero ahora puedo asegurarme que disfruten el sabor frutal que los privé.

A fin de cuentas, un frasco cerrado no sirve de nada. Se pudre por dentro si no lo consumen, y quiero dejar de estar ahí; en el mismo lugar, quejándome de las mismas cosas y criticando al resto de los frascos.

—Sinceramente hablando, también te quiero, pero... —Ladea la cabeza y frunce el ceño—. ¿A qué te refieres cuando dices que querías protegerme? ¿De qué?

¿Me dijo que me quiere? Bendito Lucifer. No sabía que alguien que no estuviera relacionado conmigo mediante un lazo sanguíneo podía sentir eso.

Y benditos bebés en llamas de Lucifer, porque lo siguiente que diré será muy incómodo. Me reacomodo en el asiento y balanceo las piernas un instante, pensativa. Otro problema de los frascos, es que si enroscas sus tapas de regreso y con mucha fuerza, vuelven a trabarse. Es normal.

¡Destrábate, Azariah! La mujer no tiene todo el día.

—Siempre me pareció una estupidez lo de las almas gemelas, ¿sabes? Somos millones y millones de personas, ¿cómo es posible que casi todos proclamen haber encontrado a su perfect match?

Levanta las manos como si estuviera en la iglesia y gesticula un Amén que me hace reír.

—Y lo hacen en un rango etario, social, demográfico y espacio-temporal sospechosamente conveniente —aporta.

Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now