11. Zoología

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AZARIAH
EDÉN: 4 - AVERNO: 26

Terminamos un punto del trabajo. Quedan cuatro y posiblemente muchas discusiones que deriven en rezos, pero me permito disfrutar el momento de paz.

No sabía que hacer la tarea podía dejarte con este sentimiento de satisfacción. No es tan desagradable, aunque con todo el calvario y esfuerzo que se debe atravesar para llegar a tachar algo de la lista de cosas pendientes, no me acostumbraría jamás.

Echada en la silla, estoy a punto de decirle a mi compañero que debería felicitarme por no hacer rodar su cabeza aún, pero lo encuentro con los ojos fijos en el móvil. El nombre de Mery y una foto de ambos vestidos como distribuidores de panfletos bíblicos aparece en la pantalla. Los pulgares de Howard se mueven con duda, hasta que me pilla mirándolo.

Rechaza la llamada y deja el teléfono boca abajo sobre el escritorio.

—Lo siento, es descortés prestarle más atención a los dispositivos electrónicos que a las personas —se apresura a decir, arrastrando la culpa en las palabras.

Empieza a ordenar y guardar sus útiles, despejando el espacio. A mí me da igual dónde terminan las cosas y las personas, pero para él todo tiene un lugar. Mery también lo tenía, y tal vez ya no sabe dónde ubicarla en su vida. Aunque mi respuesta inmediata sería ponerla junto a la mierda si hizo algo que me molestó, creo entender por qué él no lo hace todavía, y es que ni siquiera se atreve a enfrentarla.

Debe ser un golpe duro saber que habitaba un lobo entre las ovejas y nunca estuviste del todo seguro en el rebaño que llamabas hogar.

—Vamos, escúpelo —animo con un ademán, girando en la silla.

—Ya le enseñaste a mi hermana a escupir suficiente por los dos —susurra.

Si aprendiera a emplear el tono de voz adecuado, ese hubiera sido un comentario mordaz. Tengo que entrenarlo, aunque intentar corromperlo es como decirle a una calabaza que se convierta en carruaje por sí sola. Se necesita magia oscura, y todavía no estoy en el Escalón 29 como para convertirme en madrina de Cenicienta.

—Estoy intentando practicar la tolerancia aquí, Saint. Si quieres maldecir a la dictadora, te corregiré los insultos para que sean más severos —ofrezco—. Valdrán la pena los puntos en el Averno, créeme.

Su rostro no muestra tanto horror. Debe estás acostumbrándose a mis comentarios, lo que no sé si es bueno o malo, ya que le quita lo divertido. Frunce el ceño y niega con la cabeza, girando en su asiento para que estemos enfrentados. Se agarra del respaldo con tanta fuerza que sus nudillos palidecen y pongo los ojos en blanco al saber que se viene un sermón.

—No la insultaré, es mi mejor amiga —afirma, pero la inseguridad no tarda en suavizar sus facciones—. O lo era. No estoy seguro.

—Ay, oveja... —Apoyo los codos en mis rodillas—. Los mejores amigos no existen. Ni siquiera los amigos corrientes. Supéralo.

Me sostiene la mirada entre la incomprensión y la intriga. Luego, se pone de pie y va hasta el terrario donde yace su tortuga. Estuve intentando no mirar en esa dirección desde que entré en la habitación. Hice un buen trabajo en la hora y media anterior fingiendo que no existía, pero cuando Howard carga a Mary y me la extiende hasta que su cuello arrugado se retuerce frente a mi nariz, no puedo evitar echarme hacia atrás.

—Pon esa cosa donde estaba si no quieres que la use como disco de hockey.

—Pon esa cosa donde estaba si no quieres que la use como disco de hockey

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Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now