35. Pared emocional

3.7K 873 499
                                    


MERY

Una pared emocional nos protege de todo el daño. Ladrillo a ladrillo progresa en su objetivo primordial: no dejarte invadir el blindaje. Además, es un mecanismo tan poderoso, prácticamente implacable, que forja una armadura social capaz de rechazar todo estímulo que busque penetrarla. Luego las personas dejan de intentarlo, pues, claro, ¿quién querría a voluntad acercarse a una persona cuya defensa alcanza las dimensiones del Muro de Berlín? 

Una pared emocional es la defensa perfecta para un mundo cruel, un mundo donde las lágrimas son sinónimo de debilidad y donde hay que desconfiar de la empatía porque tememos que el egoísmo ajeno nos use, nos lastime y luego nos deje desamparados. Uno se asegura de que la impertinencia humana ya no sea un aparato que nos imposibilite vivir. 

No sentir nada por nadie —o pretenderlo al menos, mintiéndonos a nosotros mismos en el camino— es mucho más seguro que darle a alguien la llave a nuestra pared emocional y que, cuando las inescapables decepciones hagan acto de presencia, uno se tope con un vacío imposible de llenar. 

Solo un corazón pudo ser tan bondadoso, paciente y gentil como para ir haciéndose paso entre las capas de ladrillos que se acumulaban en mi interior. Un interior que al final gritaba por ayuda, pero que por culpa del escudo protector que no dejó que nadie más se acerque, acabó por convertir mi dolor en una habitación a prueba de sonido donde ni los gritos ni las súplicas pudieron ser escuchadas.

El corazón de Howard Saint se apropió de cada capa, cada piso y cada barrera sin siquiera intentarlo. Hay algo especial, casi mágico, en el hecho de que la esencia de una persona pueda ser capaz de transformar la determinante muerte de una flor marchita y convertirla en un ser con luz propia otra vez. Una luz propia que permite volver a soñar con la posibilidad de un futuro que antes se veía impedido. 

El corazón de Howard logró que mi alma dejara de estar marchita, pero, en el proceso por aferrarme a esa sensación de que podía ser amada sanamente por alguna persona en este universo, volví a perder mis pétalos y le probé al resto que Mery Stuart siempre fue un desahuciado y miserable ser.  

Lo que nadie te advierte de las paredes emocionales es que, cuando dejas que alguien las invada para convivir dentro de tu caparazón, la sensación de abandono si deciden alejarse es irremediable. 

Este final siempre fue irremediable. 

—¿Mery? —La voz suave y dolida de Saint me sorprende a mis espaldas. La cornisa se siente como el único lugar donde puedo estar a salvo ahora mismo—. Mery, ¿me oyes?

Giro mi torso con delicadeza y me encuentro con un Howie que tiene una expresión de tristeza desgarradora: sus lagrimales se esfuerzan por no desatar en llanto mientras sus manos tiemblan incesantes. Azariah, a tan solo un par de metros de su amigo, transmite un pánico facial que jamás le había visto. 

—No se... no se les ocurra acercarse un paso más. 

Giro una parte de mi cuerpo para ponerme de perfil. A un costado, el abismo que finiquitaría mi dolor me espera ansioso. Al otro costado, los brazos cálidos de quien siempre deseé aguardan por mi contacto, pero una voz tenebrosa me dice que ahora solo está aquí para asegurarse que la culpabilidad de mi muerte no lo aceche hasta el final de sus días. 

—Mery, por favor... 

Howard se acerca otro metro. Sigue estando muy lejos, pero la distancia entre nosotros aflora en mí un nerviosismo tenue pero constante:

—¡Deja de moverte, Howard! —Gesticulo con mis brazos sin piedad, y eso hace que trastabille por un breve segundo. A ambos se le hiela la mirada, pero la mía solo desata fuego—. ¡Deja de moverte, porque he venido aquí decidida, y te juro por todos los fanfic que leímos juntos que me tiraré de esta mierda de azotea si no te quedas donde estás!

Éticamente hablando, te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora