42. El tren de las oportunidades

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HOWARD
EDÉN: 19 - AVERNO: 1

Desde pequeños siempre fantaseamos con un concepto que ninguno tiene ganas de hilar fino, pero que tarde o temprano nos despierta curiosidad. Tal vez por culpa de algún anuncio, algún videojuego, algún comentario que escuchamos en la calle o una serie de televisión, formulamos la pregunta con el desconocimiento y la inocencia que nos caracteriza, incluso con una sonrisita pícara que nos recuerda que solo somos niños:

Papi, mami, ¿qué significa morir?

Ningún progenitor medianamente consciente quiere quitarle esta pizca de ingenuidad a las personas que más ama en el mundo. Hablar de la muerte es como acercarse a ese abismo que siempre estuvo prohibido. Lo devastador es que llega un momento en el que su conversación se torna inevitable.

No hay estrategia correcta para comunicarle a tus hijos que va a llegar un día en el que su corazón deje de latir y su espíritu, ahora perdido en una nebulosa, tenga un encuentro con lo desconocido. Sí, es cierto que hay tácticas más bochornosas que otras. Algunos prefieren evitar el tema, por lo que recurren a historias fascinantes sin siquiera atreverse a desafiar la pregunta con franqueza. Otros se lo atribuyen a la religión y hablan del cielo, convenciéndonos que nuestros seres queridos están allí, cuidándonos por toda la eternidad. Dan esperanzas que, cuando el reloj diga basta y nos toque partir, el reencuentro con aquellos que perdimos habrá valido todo el dolor y el tiempo de espera mientras estábamos con vida.

Es posible que no todos hayamos aprendido de la misma manera. No todos tenemos padres con el valor suficiente. No todos tenemos tíos, primos, hermanos o amigos que estén dispuestos a enseñarnos sobre el impacto de la muerte.

Viviendo, creciendo y madurando nos damos cuenta de que los únicos que podemos darnos esa lección final sobre la muerte somos nosotros mismos. Una lección tan inescapable que asusta.

Todos tenemos fecha de caducidad, Howard. La tuya es en doce días.

Aprendimos a convivir con la ordenanza de Dios, el destino o la suerte sin reproches ni quejas, lo que nos recuerda que la actividad de levantarnos cada mañana no se trata de un bien infinito, sino de un lujo limitado. Sopesamos nuestra trascendencia y nos preguntamos qué pasará con el mundo cuando estemos muertos, solo para darnos cuenta de que la Tierra seguirá girando, el Sol seguirá saliendo y el resto seguirá viviendo lo que nosotros ya no podemos.

¿Y quién te enseña a disfrutar lo que queda de viaje cuando sabes que las horas que te quedan son contadas?

La pregunta me maltrata y me pisotea con el peso de mil elefantes todopoderosos. No pude contener el dominio que cargaba esa frase encerrada entre signos de interrogación, por lo que acabé entre lágrimas frente a mis amigos consternados. De a ratos pretendo que lograré encontrar una respuesta y que podré terminar estos casi diecisiete años de vida con el corazón lleno.

Después me despierto del sueño.

Maldición, Howie. No te queda suficiente tiempo.

Entro de vuelta a mi casa, derrotado. El silencio sepulcral que me acompañó desde el auto hasta la entrada, solo con el testigo siempre presente de la brisa nocturna, se ve reemplazado por un dúo de voces agudas muy nerviosas:

—Putito, ¿cómo es eso que te mueres y no me avisas? —dice la inconfundible figura enana de Oklahoma cuando me adentro en mi hogar, siendo ella la única que se percata de mi presencia.

Por culpa de los gritos de Britney, lo que se suponía que era un secreto para Ok acabó siendo una contienda de discursos hirientes. Palmo la cabeza de mi hermanita y le doy un beso en la frente, incapaz de ser el hermano protector que se encargue de darle una explicación o respuesta. Me entristece pensar que dudo mucho que entienda el alcance de lo que se avecina.

Éticamente hablando, te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora