17. Castillos escoceses

5.3K 1.1K 1K
                                    


AZARIAH
EDÉN: 4 - AVERNO: 26

"En algún lugar de alguna selva, alguien comentó: qué raros los civilizados. Todos tienen relojes y ninguno tiempo."   —Ryudyard Kipling.

Te ama, papá.

En la selva siempre hay un depredador. En este caso, en la escuela siempre hay una Mery Stuart que te intercepta a medio corredor, clava sus filosas garras en tu brazo y tira de ti hacia el baño de mujeres. 

La nota de papá queda olvidada en el pasillo. Ni siquiera tengo tiempo para reaccionar hasta que la puerta se cierra a mi espalda, mi mochila cae al suelo y quedo atrapada entre el lavamanos y la dictadora.

—Ve a manosear tu biblia, no a mí. —Me zafo de su agarre.

—Mi tacto tiene el efecto del agua bendita, quema a los pecadores —dice al cruzarse brazos—. Tú y yo tenemos que hablar. Tienes que ayudarme.

Googlea el número de un psicólogo si necesitas ayuda, déjame en paz.

Con un suspiro irritado me rodea hasta que está frente al espejo. Sobre mi hombro la veo sostenerle la mirada a su reflejo en un silencio que no me agrada. 

No me gustan los espejos porque no existen dos personas en el mundo que vean reflejado lo mismo, y Mery parece querer darse un golpe a sí misma en este instante. Aunque sería gracioso de ver, no me genera tanto placer la idea de que se sienta como una mierda internamente.

Es mi turno de suspirar. Me giro y apoyo las manos en el lavabo. Nuestros ojos se encuentran en el vidrio cuando ladeo la cabeza.

—¿Ayudarte a construir una horca y usarte como sujeto de prueba? —provoco—. Porque será un gusto.

Rueda sus globos oculares. Mis palabras reactivan a la chica que conozco.

—No con eso, aspirante a verdugo. Me refiero a que me ayudes con Howard. Desde que empezó a pasar tiempo contigo por ese estúpido trabajo me ha estado evitando. No es ningún secreto que me odias, así que necesito que dejes de llenar su cabeza con conceptos endemoniados sobre mí.

Creo que las personas son como sitios de aparcamiento. Nuestro estacionamiento mental tiene miles y miles de lugares porque conocimos y conoceremos a mucha gente. Sin embargo, tenemos favoritismo por algunos; los frecuentamos sea que lo queramos o no.

Mery no es un buen lugar para dejar aparcado el coche. No me interesa ni beneficia. No sé por qué supone que estaciono voluntariamente en ella. Cada quien debería pensar en su propio estacionamiento, y aunque entiendo por qué puede importarle el lugar mental que tiene en la cabeza de sus personas más cercanas, yo soy una de las lejanas.

La oveja cerró su sitio de aparcamiento. Al no saber cómo reabrirlo, debo aguantar que me toque bocina como una loca. Es irritante.

A veces ni siquiera creemos aparecer en la cabeza de alguien más cuando en realidad lo hacemos con frecuencia, y otras, como aquí, creemos ser recurrentes en el pensamiento de una persona que al final te demuestra que no es así en absoluto.

—Howard, Howard y más Howard. Eres peor que Kyla con Antonie.

Se gira y pone los brazos en posición de jarra. Estrecha los ojos a través de sus anteojos, como si intentara descifrar un código invisible que flota a mi alrededor.

—¿Por qué te molesta que pregunte por él? ¿Qué sucede? ¿Te gusta?

Le sonrío con burla y recojo mi mochila del suelo. Ni siquiera puedo ofenderme por tan bonita estupidez.

—¿Crees que siento atracción por un niño al que es probable que su madre aún le escoja, compre, lave y planche la ropa interior? Por no decir que es como tu versión masculina. ¿Hablas en serio, Mery Génesis Stuart?

Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now