19. Te amo, pero...

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AZARIAH
EDÉN: 4 - AVERNO: 26

—¡Azariah! —grita papá mientras introduce la llave en la puerta.

Esto no será divertido.

Apago el televisor y bebo lo que resta de mi jugo de un tirón. Me enviaron antes a casa luego del regaño del director, quien llamó a mi padre para decirle que estaría suspendida por una semana tras relatarle con lujo de detalles lo sucedido, así que ni siquiera Kyla está cerca como para apaciguar el enojo de Dalton Jenkins.

Cuando ya está frente a mí con su maletín en una mano y el móvil en la otra, abre los brazos como si dijera ¿Algo más?

—Ya sé que... —empiezo, pero me interrumpe.

—No. No sabes nada.

Lanza el maletín al sofá y empieza a aflojarse el nudo de la corbata. Luce exhausto y frustrado mientras mira el techo, como si ahí estuviera escrito el manual de cómo dar un sermón efectivo a tus hijos.

En el fondo, me siento igual que él. No quiero discutir, pero si no pude evitarlo con Mery ni con Genevive, tampoco lo haré ahora, por lo que espero en silencio.

—Regresarás a las sesiones con la señora Shepard —sentencia con un suspiro, y empieza a buscar el contacto en su teléfono.

Mi ex psicóloga, Kansas, me agrada como persona. Su despacho y su marido, alias trasero europeo, también son agradables. Pero más allá de eso, no tengo nada positivo que decir sobre la terapia. No dudo que sirva, pero no sirve para mí.

—No puedes enviar al psicólogo a una persona que no quiere ir al psicólogo.

Me ignora mientras se pasea por la sala en la espera de que la mujer conteste.

—Ella misma te lo dijo —insisto.

No es que sepa mucho sobre contener y ayudar a la gente. En realidad, no sé hacerlo. Sin embargo, siento que cuanta más presión alguien pone en una persona para que cuente o diga algo, peor es; presionar por una historia traumática, por la correspondencia de un sentimiento, por un secreto o por una decisión, puede derivar en palabras que uno se arrepiente de decir o en mentiras a falta de estar preparado para decir la verdad, más allá de que en algunas ocasiones salga bien.

Entiendo que no se puede esperar para siempre, pero no es decisión de otro establecer cuándo y cómo te adentras en una guerra por tu propia paz, sobre todo cuando cualquier batalla requiere al menos un poco de preparación.

—Sí, pero fue hace años. A Kyla la ayudó, y si no te sientes cómoda con ella, le pediremos que nos recomiende un colega. —Ni siquiera despega los ojos del móvil—. Probaremos hasta dar con el correcto.

Detesto cuando nos compara en términos de dolor. Dos personas pueden vivir el mismo infierno y aun así convivir con distintos demonios.

—¡Kyla pretende que mamá no existió, y no quiero hablar con una extraña de cosas personales!

—¡Pues entonces habla conmigo! —Deja caer los brazos laxos a los lados, rendido.

Es fácil decirlo, sobre todo cuando ya lo superó, pero también es hipócrita. Recuerdo haberle pedido que habláramos apenas la muerte llamó a la puerta, cuando tenía muchas preguntas.

«¿Existe el alma? ¿Mamá irá al Edén o al Averno? ¿Cómo haremos para no olvidarla cuando crezcamos? ¿Cómo es un velorio? ¿Qué debemos hacer en el suyo? ¿A quién le pido que me trence el cabello si tú no sabes hacerlo? ¿Qué haremos con su ropa? ¿Me dejas conservar este suéter? ¿Y qué hay de este perfume? ¿Crees que nos encontraremos con ella al morir? ¿Qué pastilla debo tomar cuando me duele la cabeza de tanto llorar? ¿Cómo paro de llorar? ¿Me toca a mí enseñarle a Kyla lo que es el período? ¿Me ayudas a explicarle cuando llegue el momento? Es que no soy tan buena como mamá, no tengo paciencia... ¿Me contarías cosas de ella que jamás nos llegó a contar porque creyó que tenía tiempo? ¿Me tarareas su canción favorita? ¿Me abrazas hasta que me duerma mientras vemos sus fotos? ¿Me enseñas a ahuyentar las pesadillas en que la vuelvo a perder?».

Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now