Capítulo 2.- El despacho

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Me estoy comiendo un sándwich de pavo con lechuga y mayonesa mientras trato de pasar páginas de dos informes a la vez. Mañana a primera hora tengo un juicio que necesito ganar sí o sí y ya he perdido un tiempo muy valioso con la visita al señor Burnside.

«¡Señor!», una vocecita en mi cabeza resopla, saca la lengua y hace una pedorreta. Es un asesino, un ladrón, un traficante y a saber qué más, de «señor» no le queda nada, si acaso alguna vez lo tuvo, que también lo dudo. Pero mi mente viaja a esa pequeña entrevista una y otra vez. A esos ojos miel cargados de secretos, a su pose tranquila y su sonrisa de medio lado.

Es como un puzle, uno enorme. Según su ficha, el «señor» Burnside mide un metro noventa y pesa cien kilos de puro músculo, aunque eso lo he calculado yo a ojo. ¿Por dónde iba? Ah, sí. El juicio de mañana. Es muy importante, así que he pasado de la comida para poder asegurarme de que no me dejo ningún cabo suelto. No puedo fallar, si gano este caso... Perdón, cuando gane este caso, estaré un paso más cerca de la fiscalía y, con ello, de mis objetivos personales.

No ganaré más dinero como fiscal del distrito del que gano como abogada de un prestigioso bufete, pero eso me da igual. Lo mío es vocacional, quiero llegar a la fiscalía. Defender a las víctimas de verdad, no a uno que estafa y a otro que roba, o mata, y te mira con ese gesto indolente. Como si tú tuvieras que sacarle las castañas del fuego porque él no quiere arriesgar sus delicados deditos.

Y yo estoy en primera fila, el fuego siempre me alcanza. Sinceramente, tengo las pestañas chamuscadas. Lo que quiero es ayudar, proteger, defender y abogar por la eliminación de la pena de muerte. Es inhumano, digno de la Edad Media. Poco propio de una sociedad avanzada y que, para colmo, no ayuda a nadie. Más familias rotas, ningún descanso para la víctima, no reduce los delitos...

―¿Podemos hablar, Ada? ―me pregunta mi jefe, entrando en mi despacho sin molestarse en llamar.

Yo boqueo un poco y me apresuro a tirar el sándwich de cualquier manera dentro de mi cajón. El señor Robinson, de Robinson y Wallace, no viene a menudo a mi despacho y menos lo hace con esa naturalidad. Vamos, que ha entrado sin más. Se sienta frente a mí y me dedica una sonrisa llena de dientes blancos y rectos.

Tendrá sesenta, o un par menos, según mis cálculos, pero se cuida, se quiere y se mima. Si no lo conociera, no le echaría más de cuarenta. Un hombre vanidoso y preocupado de su aspecto que, además, es un abogado implacable. No ha perdido ni un solo juicio en toda su carrera, por eso ahora solo se dedica a clientes verdaderamente importantes. Justo los que yo no quiero ver ni en pintura. Los culpables asquerosos que compran una libertad que no merecen. La escoria contra la que me encantaría luchar.

―Señor Robinson ―le digo, cerrando carpetas con la información del «señor» Burnside, que siguen tiradas por mi desastrosa y enorme mesa.

Es el único cambio que he hecho en el despacho, ni flores ni cuadros. Cambié la mesita enana que me dieron por una enorme y la necesito toda, cada milímetro de metacrilato semitransparente, para extender mis documentos. Ahora, eso sí, me hubiera gustado ser un poco más ordenada.

―Llámame Robert, Ada, te lo he dicho mil veces. Después de todo, tu nombre suena por las altas esferas muy a menudo.

Sé lo que intenta decirme, hace tiempo ya que él y Wallace insinúan que Robinson, Wallace y Irons suenan genial juntos. A mí no me convence. Quiero alejarme de este mundo para huir a la beneficencia, o eso suele decir Wallace cuando en nuestra comida mensual Robinson insinúa aquellas cosas. Aunque luego comenta que me lo piense mejor y vuelve a ligar nuestros tres apellidos.

No es raro, a mis treinta y cuatro no he hecho más que trabajar toda mi vida para ganarme ese trato de favor. Y mi padre fue un respetadísimo fiscal por el que, abogados como ellos, ya habrían vendido su alma por unir su apellido. Los bufetes le hacían ofertas día sí y día también, pero mi padre rechazaba todas y cada una de ellas.

El fuego no siempre quemaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum