Capítulo 33.- La oferta de trabajo

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No hemos dormido después de hacer el amor. Me sorprende cuando los primeros rayos del sol nos pillan en la cama. Debemos llevar horas hablando. Estoy apoyada en el hombro de Jimmy, él me rodea con un brazo y yo acaricio sus tatuajes y sus cicatrices mientras él roza mi cadera con mucho cariño.

Pensé que Jimmy sería de los que se duermen en el acto (como suele hacer Fred), pero parece tan reacio como yo a dejar que el momento se acabe. Hemos hablado de nuestras vidas, de cosas felices, de buenos recuerdos, pero también de lo malo. Me ha explicado sobre sus tatuajes. La mayoría tienen una historia detrás, como yo había supuesto. Y sus cicatrices cuentan historias mucho más trágicas. Quiero conocer todas y él habla sin problema de ello, pese a que algunas cosas, sobre todo las relacionadas con su familia, hagan que le tiemble la voz.

―¿Qué le pasó a tu padre? ―me pregunta cuando el silencio se prolonga unos segundos largos―. Oí de su muerte, pero me dijeron que había sido un atraco frustrado... Sin embargo, parece que no piensas igual, Ada.

Me tomo un segundo. Entierro la cara en su costado y froto la nariz en él. Huele tan bien que trato de centrarme en eso para no ponerme a llorar por hablar de mi padre.

―No sé qué fue, pero no fue un atraco. Le dispararon en la calle, cinco veces, le quitaron la cartera y todo lo demás, pero no el Rolex, que era muy caro. Es verdad que, a priori, puede ser un atraco. Quizá no tuvieron tiempo de quitarle el reloj, o no lo vieron, o yo qué sé. Durante unos días lo creí. Y, después del funeral, me atreví a ir a su casa. Alguien había entrado.

»Fred... Él me dijo que quizá el ladrón le había quitado las llaves y quería robarle algo más, pero no se llevaron las cosas caras. Sin embargo, mi padre siempre colocaba los casos en marcha en un corcho del despacho de su casa y alguien había arrancado algunos papeles. No conseguí averiguar qué caso era. En la fiscalía me dijeron que no llevaba ningún otro caso, a parte de los que sí estaban, pero las chinchetas seguían allí, Jimmy, y habían arrancado los papeles dejando trozos. Mi padre era muy cuidadoso, nunca estropearía así unos papeles.

―¿Qué dijo Clayton de eso? ―me pregunta con interés.

―Que si la fiscalía decía que no llevaba más casos sería verdad y que quizá él arrancó algún papel que tiró porque no le servía de nada. Pero yo no lo creo, Jimmy. Yo conocía bien a mi padre...

―Lo sé. Te creo. Cuando tu padre y yo colaboramos no fue oficial hasta que tuvimos pruebas. Podía estar metido en algo parecido. Quizá ayudaba a alguien más de forma extraoficial.

Alzo la cabeza. Es la primera vez en dos años que le cuento a alguien mis sospechas y me cree. Todo el mundo está seguro de que me dejo llevar por el dolor. Que veo cosas dónde no las hay, para aferrarme a una idea que no sea tan dolorosa. Se me aguan los ojos y beso a Jimmy con fuerza.

―Gracias por creerme ―murmuro.

―Eres muy lista, Ada, y creo que tienes buena intuición. Puedes estar segura de que voy a creerte siempre. Hay algo más, pequeña. ¿Te has dado cuenta de que Clayton lleva mucho tiempo tirando de ti en la dirección contraria? Yo que tú tendría cuidado con él. No digo que sea el malo, pero, como mínimo, deberíamos tenerlo en cuenta. Ningún atracador callejero iría a robar a un piso de una víctima, no si no busca algo. Es peligroso. Además, ¿se dejó el Rolex por las prisas y tuvo tiempo de pasearse por su piso? Llevas razón en que algo huele muy mal.

―Bueno, a lo mejor tú sabes más de atracadores callejeros que Fred ―le provoco, porque quiero dejar el tema.

No sé si es verdad o no, pero la idea de que me haya traicionado duele horrores. Y la de que solo quiera mantenerme a salvo y le haya traicionado yo metiéndome en la cama de Burnside no es mucho menos dolorosa. Así que mejor alejar a Fred de mis pensamientos, antes de que los domine del todo y el arrepentimiento gane la batalla que lleva horas desarrollándose en mi interior.

El fuego no siempre quemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora