Capítulo 18.- Las nuevas pistas

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Me aparto el pelo de la frente con una mano. Sigo sin entender por qué la diadema de tela es peligrosa, pero no discuto. De hecho, he dejado mi bolso fuera y no he dicho ni una palabra, ni siquiera me he quejado de tener que firmar cuarenta y dos formularios. Tengo demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme de nimiedades.

James está esposado a la mesa. El guardia me mira, es el de la otra vez. Me parece que espera que vuelva a darle una charla sobre derechos humanos, pero no digo nada. De todas formas, las cadenas esta vez son largas y... Ya no estoy segura de que quiera dejarle suelto. Suspiro y me siento frente a él. Burnside me mira, sus ojos de ese tono miel casi amarillo me recorren muy despacio, como si pudiera saber todo lo que pasa dentro de mi cabeza solo por las marcas de mi piel sin maquillaje.

Trago saliva y busco una forma de empezar a hablar, pero no la encuentro. James resuelve el problema. Se inclina hacia delante, haciendo que las cadenas tintineen, y me sujeta la barbilla con suavidad para hacerme mirar a un lado. Me dejo hacer, mientras un estremecimiento me recorre. Ya no sé si es miedo o solo los nervios que me presionan la piel desde debajo.

―¿Fue Clayton? ―pregunta.

Tardo en entender de qué habla. De hecho, me suelto de él y busco mi bolso para dar con un espejo, pero claro, mis cosas están fuera. Al final, tras entrecerrar un poco los ojos para mirarle, deduzco que tengo algo en la mejilla por la bofetada que me dio anoche Fred, que se pasó un poco, pero fue efectivo para quitarme el ataque de ansiedad.

―Creí en su inocencia porque no pudo estar presente cuando mataron a Kira Petrova, señor Burnside. Pero las nuevas pruebas... Puede que no sea el asesino, pero quizá alguien de su banda lo fuese. Tal vez retuvo a esas mujeres contra su voluntad y...

―¿Y les di una paliza de muerte y las violé? ―me corta con brusquedad.

Lo dice con asco y odio, con tono condenatorio, pero a mí me da una sacudida muy desagradable el estómago.

―Sí.

―¿Lo crees de verdad, Ada?

―No lo sé. Y no importa lo que yo crea...

Me muerdo el labio y clavo la vista en la mesa.

―En realidad, sí que importa. ¿Lo crees? Mírame ―me ordena y alzo la vista hacia él, que está inclinado hacia delante, pero no me toca―. ¿Crees que pude hacerle eso a mi hermana? ¿A Marian y las otras chicas?

―Los psicópatas son muy convincentes y...

―No soy un psicópata ―me corta con un resoplido―. Si fuera yo, ¿para qué iba a meterte en esto? Habría buscado un abogado sin escrúpulos y, probablemente, un investigador privado que encontrase un resquicio por el que librarme.

En eso lleva razón. ¿Por qué iba a meterme en esto? Salvo que tenga algún interés personal en mí. Me levanto del asiento y me paso las manos por el pelo, mientras doy vueltas por la pequeña sala.

―¿En qué trabajaste con mi padre? ―le pregunto, apoyándome en una pared.

Necesito un momento para poner en orden mis ideas y saber que mi padre también confió en él quizá me ayude. Mi padre muerto... ¿Y si tuvo que ver con él? Jamás logré descubrir qué le había pasado.

―Era una banda rival ―me explica sin dejar de mirarme―. Teníamos una guerra fría. Uno entraba en el territorio del otro, algún grafiti en zonas contrarias, robos en locales, peleas callejeras... No llegamos a disparar. Entonces Christal me advirtió sobre ellos. Extorsionaban a las chicas, las obligaban a prostituirse. Quería detenerlos a todos, hacer una gran operación, pero no tenía pruebas suficientes. Yo podía conseguir pruebas, pero no podía hacer nada con ellas, no valían para los jefes de Christal. Así que escalé más. Fui a ver al fiscal y llegamos a un acuerdo. Los detuvieron a todos sin necesidad de pegar un solo tiro. Yo gané una zona más.

El fuego no siempre quemaWhere stories live. Discover now