Capítulo 26.- El hombre quemado

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―Eso no es verdad ―resopla Jimmy.

―Bueno, no salíamos. Pero íbamos a casarnos.

―¿Quieres que te parta la cara? ―le pregunta Jimmy y las lágrimas gotean por la cara de Jules.

―¡Yo la amaba! Y ella entendería tarde o temprano que debíamos estar juntos.

―Está bien, Jules. Yo te creo. Y estoy segura de que Christal tarde o temprano lo haría ―le consuelo, porque necesito que hable.

Jimmy bufa, pero le ignoramos.

―Sí. Le regalé un anillo.

―¿Sabes quién le hizo daño, Jules?

―No. ―Me sujeta un momento de la barbilla y me gira la cara. Me dejo hacer, mientras mira mi mejilla―. Ojalá hubiera estado con ella, pero esa noche había una fiesta en el club y estuve haciendo fotos.

―¿Puedo ver esas fotos?

―Sí, claro. ¿Ha sido Burnside? ―Baja mucho el tono, sin quitar la vista de mi mejilla.

―No. Han sido los malos, los que hicieron daño a Christal. Necesito que me digas dónde iba ella. Tú lo sabías todo de Christal, ¿verdad? Debes saber dónde iba a investigar.

Agita un poco la cabeza. Luego empieza a andar y me hace un gesto para que le siga. Tiene una sala oscura para revelar fotos. Me deja entrar con él y Jimmy está de pronto al lado para impedir que cierre la puerta.

―Christal iba al club, a casa de esa perra de Marian y al Número Ocho. No salía mucho más. La pobre... Estaba obsesionada.

―Mira quién habla de obsesión... ―se burla Jimmy.

―Ya vale ―le regaño―. ¿No ves que Jules está sufriendo? Déjale en paz.

Burnside resopla, pero alza las manos y se aparta un poco. Jules me sonríe y rebusca entre la media docena de cámaras que tiene hasta sacar una. Parece la más vieja y usada de todas. Es metálica y brilla. Me doy cuenta al verla de que lo que confundí con una pistola en una de las primeras fotos era la cámara. Es fina y estrecha, debe guardársela en la cintura de los pantalones por algún motivo, mientras hace fotos con otras cámaras. Dudo que nadie diese un arma a este tío, pero, de todas formas, no parece peligroso en ese aspecto. En mi escala de sospechosos, está al final.

―Eres preciosa. ¿Puedo fotografiarte?

―¿Así? No. ―Señalo la mejilla, como si me avergonzase―. Pero podemos quedar otro día. ¿Qué te parece? Tú y yo. Sin Jimmy.

―Eso sería genial. Jimmy no sabe nada de arte.

Me contengo para no resoplar yo esta vez. Para no saber nada de arte tiene sus cuadros muy vistos. Quizá tienen el mismo concepto de arte de mierda.

―A cambio necesito algo, Jules ―le pido, con tono meloso.

―Lo que quieras ―suelta un gemidito muy patético.

Supongo que tan patético como el que he hecho yo unos minutos antes en las escaleras. ¿Qué me pasa con Burnside? Es mi cliente y es mala idea cualquier tipo de acercamiento. Pero además es todo contra lo que yo lucho. No será culpable de esto, pero no es precisamente inocente. ¿Por qué entonces me he dejado magrear como...? Ni siquiera se me ocurre una comparación apropiada. ¿Una adolescente hormonal?

―Necesito todas las fotos que tengas de Christal. Es muy importante.

―E-es material privado...

―¿No quieres material mío? ―Tiro un poco de la camiseta de tirantes para dejar a la vista mi escote y él gimotea de nuevo. Qué asco.

En cualquier caso, funciona. Coge un ordenador a toda prisa y rebusca en un cajón lleno de basura hasta dar con un pendrive. Lo enchufa aquí mismo. Tiene una carpeta con el nombre de la chica. La copia entera. Ni se lo piensa.

El fuego no siempre quemaWhere stories live. Discover now