Capítulo 14.- La visita nocturna

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Por segunda vez hoy siento que un puño invisible me golpea en el estómago con una fuerza demoledora. No ha dicho que él trabajase con mi padre, ha dicho que mi padre trabajó con él y no me gustan nada esas insinuaciones.

―¡No es verdad! ―Subo el tono más de lo que pretendo―. ¡Mi padre era fiscal! Era noble y bueno y tenía honor. No pinta nada con un tipo como tú.

Tengo la sensación de que le he ofendido. O de que debería haberlo hecho. Sin embargo, suspira con pena.

―Llevas razón en todo eso, Ada. Te lo contaré todo, te lo prometo, pero ahora no es el momento. Solo dejémoslo en que nos ayudamos mutuamente en un asunto. Y no hizo nada que no fuera legal y honorable, te lo prometo. Deberías descansar.

―Cuando murió... ―Quiero preguntar tantas cosas a la vez que se me atascan en la garganta y ninguna logra salir.

―No tuvo nada que ver conmigo, al menos que yo sepa ―me dice y, no sé por qué, le creo―. Buenas noches, Ada.

―Buenas noches, Jimmy... ―murmuro por inercia, casi, porque mi cabeza está muy lejos de aquí.

Y le cuelgo.

Luego voy al salón donde he dejado las pruebas. Quiero trabajar un poco más, suficiente he dormido en la bañera. Tengo la sensación de que he llegado a un punto en el que ya no puedo avanzar más. No tengo información suficiente, no he averiguado nada útil y no sé qué más hacer por Christal. Así que enchufo el pendrive al portátil para escuchar el mensaje que le dejó a Jimmy.

Antes de darle a reproducir compruebo que la puerta está bien cerrada y que he echado la cadena. Luego me siento en el suelo con el ordenador y otra copa de vino y pongo el mensaje cerrándome mejor el albornoz.

―¡Jimmy! ―La voz emocionada de Christal me pilla un poco por sorpresa, no la imaginaba tan juvenil y alegre―. ¡He descubierto algo! Tenemos que hablar a primera hora. Sé que estás liado con la fiesta en el club, siento no haberme acercado, te qui...

El mensaje se corta justo ahí, para ser sustituido por un pitido. Cierro los ojos por la crueldad de que Christal no hubiera podido decirle a su hermano una última vez que le quería, y porque él no hubiera podido oírlo. Estaba alegre, motivada, tenía algo. Y después de ese momento fueron veintiocho días de tortura, de crueldad, de maldad. ¿Se habría preguntado qué hubiera pasado de haberle contado a su hermano por mensaje lo que había descubierto? De haberlo dicho, ¿podría Jimmy haberla encontrado?

Me doy cuenta, mientras las lágrimas vuelven a empaparme las mejillas, de que James Burnside debe estarse preguntando cosas similares desde la desaparición de su hermana. ¿Se sentirá culpable por no haberla ayudado? ¿Por eso no quiere que le defienda y solo quiere descubrir al verdadero asesino?

Agito la cabeza, me seco la cara con las mangas y busco mis carísimos cascos para conectarlos al ordenador. No tengo tiempo que perder en lamentaciones. Ya no puedo hacer nada por Christal, pero puedo salvar a la siguiente.

Pongo el mensaje de nuevo y subo el audio hasta que creo que puedo apreciar todos los matices. Quiero oír lo que sea, encontrar algo que me permita salir del callejón en el que estoy con la investigación. No sé qué espero, quizá que de fondo pase un tren justo anunciando la parada en la que está, como en las películas. Pero, tras más de media hora escuchando lo mismo una y otra vez, lo único que saco en claro es que hay eco.

¿Dónde iría Christal a investigar? No se la llevaron del club, ni de casa de Marian porque allí había gente esa noche. Tampoco se la llevaron de casa de la señora Hastings porque llevaba meses sin pasar por ahí. Pero tiene que haber un sitio donde Christal investigase. Era policía, tenía que tener cierta técnica, una pizarra de pesquisas, algo. La pregunta es... ¿dónde? O, mejor, ¿quién puede saberlo?

El fuego no siempre quemaWhere stories live. Discover now