16. Los secretos de una familia

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Las manos de T/n se agarraron a la barandilla con nerviosismo. Su primera Prueba de Velocidad. La ansiedad la carcomía y causaba un temblor en sus manos.

—Odio correr —se quejó Klaus al lado de su hermana. Soltó un largo suspiro perezoso.

T/n no atinó a sonreír. Ella no tenía gran habilidad para correr. No se le daba bien. O al menos, no tanto como al resto, quienes seguramente hacían esa práctica constantemente.

Iban a subir lo más rápido que pudieran, unas escaleras cuadradas que daban una sensación hipnótica. Las paredes alrededor eran rojas, y estaban poco iluminadas. Habían pósters de siluetas pegados a todas las esquinas. 

—¿Por qué pareces un puto fantasma si solo son las diez de la mañana? —preguntó Cinco arqueando una ceja, mirando a la nueva.

—Tengo miedo —admitió ella.

—¿No se supone que ibas a ganarme? —se burló con una sonrisa socarrona.

T/n se encogió de hombros.

—Planeaba hacerlo en un combate, que tengamos que correr cambia las cosas —explicó.

—No me interesan tus excusas —zanjó el de ojos claros con actitud cortante.

El ánimo de T/n decayó un poco, pero intentó no demostrarlo mucho. Su expresión, en cambio, la traicionaba. Diego se acercó por detrás junto a Ben.

—Eh, ¿te encuentras bien? —preguntó el más alto, tartamudeando. 

—Sí, tranquilos —respondió sonriente—. Solo andaba algo distraída. No estoy segura de que vaya a poder seguiros el ritmo.

Diego puso sus manos sobre los hombros de la chica. Ben se fijó en el gesto.

—¡No tienes que temer a nada, T/n! Seguro que lo vas a hacer muy bien. ¡Hasta mejor que nosotros! —animó con afabilidad.

—Mejor que yo sin duda —murmuró Klaus para si mismo. Luther le echó una miradita asesina.

—Lo importante es que te esfuerces —se entrometió Allison, esbozando una mueca cálida.

T/n soltó una risilla y asintió, algo más convencida.

—Vaya chorradas.

—¡Cinco, cállate!

Allison iba a pegar al azabache cuando el silbato de Reginald alertó a todos los muchachos. La prueba iba a comenzar en unos diez segundos. Desde lo alto de la escalinata el viejo Hargreeves acomodaba su monóculo y observaba con expectación a sus hijos adoptivos. Vanya estaba a su lado, con un cronómetro en la mano.

Cuando vio el objeto, T/n palideció. Estaba muy nerviosa.

—Vamos, tú puedes —la animó Diego en un susurro al oído, antes de colocarse en posición para correr. 

Número Ocho. || [ᴄɪɴᴄᴏ ʏ ᴛᴜ́] ♥︎Where stories live. Discover now