Capitulo 32: De todas las personas del mundo

Start from the beginning
                                    

—A tu esposa le hará mucha gracia que tengas por amante a un hombre, ¿no?

—Veo que has estado vigilándome.

—Te vigilo todos los días —aclaré, terminando de arreglarme la camisa.

—Entonces, te habrás dado cuenta de que yo no tengo nada que ver con ese hombre que tu tanto odias. No lo conozco.

—Lo conoces —aseveré, deteniendo mis movimientos para mirarlo—. Fuiste ese día con él. Debes conocerlo.

—Tal vez conocía a la otra persona con la que iba —repuso con tono cantarín—. No visito con tanta frecuencia el burdel. Cuando lo hago suelo ir con mis amigos o conocidos, y esos conocidos invitan a sus amigos y así... No conozco a todo el mundo que frecuenta el local, pajarito.

Bueno, esa era una posibilidad que ya había sopesado. Pero igual no le creía. No podía confiar en él ni en ninguno de sus amigos.

—Vamos, confía en mí. Hagamos una cosa, si me traes una fotografía de ese hombre te diré quién es. Claro, eso si lo conozco —dijo, levantándose para caminar hasta mi. Sus manos aferraron mi cintura de forma exigente en cuanto la distancia se terminó—. Pero cambiando de tema, ¿Qué opinas de ser mi amante?

—Para qué tener un amante cuando puedes tener a cualquiera —expuse, alejándome un poco—. Fuiste amante de Rudy y le diste una moto, ¿no? Búscate alguien más para follar. Tienes un montón de putos a tu orden, ¿Por qué mierda me quieres a mí?

—No te pongas celoso, pajarito —sujetó mi barbilla con delicadeza—. Es mi trabajo saber que tan amaestrados están en la danza del placer los nuevos chicos que ingresan. Y si, Rudy fue un exquisito amante, hizo un muy buen trabajo para ganarse esa moto. Lo merecía. Puedes convertirte en mi amante y conseguir una también, ¿no te gustaría eso?

—Lo único que quiero de ti es información.

—Ya no tienes trabajo en el hospital, estás a la merced de los hombres del burdel y un dinero extra no te vendría mal.

—¡¡Cállate!! —grité cuando no pude soportarlo más.

—Bueno —dijo con evidente humor, alejándose para buscar su billetera—. Mira, aquí te dejo la plata por tu buen servicio. Ya eres mi puta de todas maneras, que te conviertas en mi amante no habrá mucha diferencia.

—¿Acaso no dije que cerreras la boca? —espeté de mal humor.

—Bueno —volvió a decir, acercándose hasta la cama para dejarse caer en ella. Se acostó de lado, apoyándose en una mano y dejando su cabeza descansar en la palma de su mano.

Tomé el dinero porque un servicio realizado era un servicio pagado. Así que lo tomé y me marché. Lo vi levantar la otra mano hacia mi en un ademan de adiós. Ni siquiera me digné a devolverle la cortesía. El León era un hombre muy exasperante. Salí del hotel bufando hastiado, mirando luego a los lados en busca de la parada de autobuses. Y al dar con ella decidí irme. El bus en cuestión iba casi vacío pues apenas eran la una de la tarde.

Esa vez, más cansado que otra cosa, dejé salir un suspiro. No supe si era de agobio, de tristeza o de ambas, pero suspiré y recosté la cabeza en la ventana de vidrio, mirando a través de ella el paisaje urbano, las distintas personas que seguían con su rutina, escondiéndose tras un montón de mascaras que mitigasen el dolor que les causaba el mundo real.

Yo no tenía tiempo de esconderme, aunque eso no significara que a veces se me cruzaba por la cabeza la idea de rendirme. Nadaba contra las olas de un mar embravecido que sólo me golpeaba contra la arena. Pero seguía insistiendo, nadando y nadando para encontrar una respuesta en ese océano de preguntas. Y muy dentro de mí, me preguntaba si yo no quedaría como ese dicho que rezaba: tanto nadar para morir en la orilla.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now