Capítulo 48

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Decidieron disipar la tensión de la cena hablando los cuatro en el patio, dejando a Paco, José y Fuensanta en el salón. Manuel sacó unas sillas plegables y las ofreció a sus invitados, quienes se encargaron de abrirlas y colocarlas en círculo. Cuando Valeria y León se sentaron, este tomó la mano de la chica para besarla y le guiñó el ojo. La pelirroja le dedicó una sonrisa más pícara de lo que pensó que se vería, dejando a Manuel confuso.

—Hacéis una bonita pareja, ¿os lo han dicho? —comentó Margarita.

Manuel chasqueó la lengua y desvió la mirada hacia un lado, irritado. «No me ayuda diciendo esas cosas», pensó.

—¿Lo dices en serio? —indagó Valeria.

León la cogió de la mano y apretó.

—Claro que sí, Val. ¿Puedo llamarte así? —Marga sonrió.

Y Valeria no pudo negarse ante esa sonrisa.

—Por supuesto, creo que podríamos ser buenas amigas. No tienes pinta de ser antipática ni nada de eso —aseguró.

Mientras las chicas hablaban, León observaba a Manuel con curiosidad. Este se dio cuenta y cambió su postura tensa por otra un poco más relajada. Desvió la atención a una conversación insustancial, ya que no deseaba relacionarse mucho más con el que ya era novio de su prima.

—Bueno, ¿cuánto tiempo te queda en el pueblo?

«Estupendo, Manuel, ahora parece que te importa... —se dijo—. Aunque solo porque tiene que ver con Valeria».

—Me quedan unos pocos días, apenas una semana.

—¿Y cómo haréis para llevar la relación?

—Vendré los fines de semana para estar con ella.

Estaba acabado. Si de verdad León estaba dispuesto a hacer eso por ella, él ya no tendría nada que hacer. Lo olvidaría en menos que canta un gallo, fueran o no hermanos.

—Haces bien, no vaya a ser que se olvide de ti y se busque a otro.

León entrecerró los ojos aprovechando que las chicas no prestaban atención a su conversación con Manuel. «Como hizo contigo ¿no?», le hubiera gustado decir, pero no sabía si Margarita sabía algo de eso y tampoco quería arriesgarse a hablar demasiado en una casa ajena. No se perdonaría a sí mismo si fuera el causante del destape de esa historia.

—Dudo que lo haga —se limitó a decir.

Era consciente de que eso lo dejaría aún más confuso y se sintió satisfecho al comprobarlo.


···


Un día antes de que León volviera al trabajo, Valeria y él se mudaron a un piso que ella había encontrado en la ciudad, lejos de la casa donde nació. Por las prisas para irse de allí cuando antes, cogió el primero que vio que se adecuaba a sus necesidades y que le daba justo lo que ofrecía el anuncio. Antes de hallarlo, visitaron otros lugares que la decepcionaron por no ser precisamente lo que anunciaba el propietario.

Soltaron las maletas en medio del pequeño salón y Valeria sonrió.

—No puedo creerlo aún.

—¿Qué te hayas independizado por fin? —preguntó él.

—Sí, no esperaba que ese día llegara tan pronto, pero las circunstancias me han empujado a ello.

—Tú solo piensa que a partir de ahora empieza una nueva vida para ti. Que me dejes continuar en ella solo dependerá de ti, pero me encantaría que así fuera.

Valeria no lo consideraba una nueva vida como tal, más bien una oportunidad para olvidarse de todo en cuanto supiera si Manuel y ella eran o no hermano. En su mente seguía existiendo la posibilidad de que no lo fueran, aunque fuese pequeña, e intentó disiparla centrándose en quien la acompañaba en ese momento.

—¿El otro día dijiste en serio...?

—Completamente —respondió sin dejarla terminar.

—¿Aún sigues queriendo que lo haga?

—Solo si tú sigues queriendo que yo lo haga.

Durante unos instantes se observaron a los ojos intercambiando palabras que no dijeron en voz alta porque no era necesario. Había algo en el ambiente que los incitaba a ir más allá y cumplir con lo que días atrás se dijeron. Acortaron la distancia que los separaba dando pequeños pasos y en cuanto estuvieron a pocos centímetros, se abalanzaron sobre los labios de la otra persona para fundirse en un beso salvaje, instintivo. Pronto sus respiraciones se agitaron debido a la falta de oxígeno y se separaron lo justo para recuperarse.

—Oye... No quiero que hagas esto... —dijo León entre jadeos.

Pero ella lo interrumpió posando el dedo índice derecho sobre los labios del chico.

—¿Crees que lo hago por quedar bien? —La mirada de Valeria viajó de los ojos azules a los labios mientras hablaba—. ¿Crees que no deseo esto tanto como tú? ¡Por Dios! Si desde ese primer beso no dejo de pensar en ello. Más que nunca quiero que me empotres contra la pared si es lo que quieres.

—Joder, Valeria. —Jadeó—. No me digas estas cosas porque no respondo...

—Entonces no lo hagas.

Los dos sonrieron y la sorpresa inicial de León dio paso al más puro deseo. Era consciente de que si daba ese paso con ella, no habría vuelta atrás. Con sus manos sobre las caderas, acarició poco a poco hasta llegar a las nalgas de Valeria y con un pequeño empujón hacia arriba la instó a que rodeara sus caderas con las piernas. Volvieron a devorarse mutuamente hasta que León bajó con besos por su cuello hasta la clavícula. Anduvo hasta una pared cercana y bajó su cuerpo para desnudarla. Quería controlar sus ansias, pero no era capaz después de ver el anhelo en los ojos de Valeria.

—Si hay algo que no te guste, dímelo. Si hay algo que quieres que haga, o que te guste mucho, también. Comunícate conmigo, ¿vale? —le pidió.

Y ella solo asintió antes de quitarse el jersey gris que llevaba. León observó la piel nívea, los pechos ocultos tras la tela del sujetador y lo único que pasó por su mente fue que no soportaría tanta tortura ni siquiera cuando los dos estuvieran satisfechos. Él se quitó la camisa vaquera y la camiseta de color negro ante la atenta mirada de Valeria. Las manos femeninas recorrieron su torso con curiosidad y se detuvieron ante cada descubrimiento, fuera un músculo inesperado o algún lunar escondido. Suspiró al imaginar lo que sucedería a continuación.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now