Capítulo 25

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Fuensanta y Carmen estaban conversando en el salón. Como José hacía rato que se fue a dormir, hablaban con tranquilidad, manteniendo la voz baja para no perturbar su sueño.

—¿No es raro que mi sobrino no haya vuelto? A todo esto, ¿dijo a dónde iba?

—No es tan extraño, mi hijo ya tiene una edad y no tiene por qué darme explicaciones de lo que hace o dónde se queda a dormir.

Carmen miró a su cuñada con el rostro imperturbable, pero en su mente muchos pensamientos colisionaban. Durante toda la tarde intentó contactar con su hija Valeria, pero el contestador no dejó de indicarle que tenía el teléfono apagado. Se temía lo peor, aunque tenía un as bajo la manga al que no quería recurrir.

—Pues yo no podría dejar que Valeria durmiera fuera de casa. ¿Y si le pasara algo?

—Carmen, la tratas como a una niña y no como la mujer en la que se ha convertido. ¿Qué crees que pensaría ella si te oyera hablar así?

La aludida hizo un mohín que no pasó desapercibido para Fuensanta, pero esta no dijo nada al respecto. La conocía desde que empezó a salir con Paco, ya que ella llevaba un tiempo casada con José, y sabía que era una mujer especial. No en el buen sentido, por supuesto. Por eso Fuensanta entendía que su sobrina se viniera al pueblo con su cuñado, porque era una persona excepcional, igual que su marido.

—No creo que ella dijera algo al respecto —dijo Carmen al fin.

Fuensanta le dedicó una sonrisa forzada.

—Quizá te equivoques con ella —cuestionó.

—¿Estás intentando decirme que conoces más a mi hija que yo que soy su madre?

—Yo solo digo que no deberías subestimarla, nada más.

Y dicho eso, Fuensanta se levantó y se fue. Carmen aprovechó la soledad para coger su móvil y marcar el número de la casa de Paco. Rezó para que su hija estuviera allí durmiendo, viendo la tele o leyendo. Lo que fuera con tal de quedarse tranquila.

—¿Quién es? —preguntó él al otro lado de la línea.

—Francisco, soy yo, Carmen... —Durante unos segundos ninguno de los dos habló, creándose un ambiente incómodo incluso en la distancia—. ¿Está Valeria en casa?

Paco suspiró, contenido.

—No, no está en casa.

La mujer sintió que el corazón le saldría por la boca.

—¿Cómo que no está en casa? ¿Y dónde está?

—¿Ahora te preocupas por Valeria? Ah, no, que siempre lo has hecho. Por eso me obligaste a no decirle nada sobre los verdaderos motivos de nuestra separación...

—No te he llamado para que hablemos de esto —le interrumpió.

—Pues prepárate porque quiere saber toda la verdad y yo no la detendré. Porque por tu culpa ella no ha vuelto esta noche a dormir y dudo siquiera que mañana lo haga.

Las palabras de su exmarido impactaron en ella como si de un jarro de agua fría se tratase.

—¿Qué le has dicho?

—Preocúpate por lo que vas a decirle a Valeria más que por lo que haya podido salir de mi boca, porque desde ya te digo que no he incumplido nada. Y ahora, si me disculpas, me voy a dormir que algunos mañana tenemos que trabajar.

A Carmen no le dio tiempo a replicar porque, tal y como anunció él, colgó antes de que ella pudiera decir nada. Suspiró y se quedó un rato más allí, pensativa.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now