Capítulo 45

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José tenía la sensación de que todo estallaría de un momento a otro. El regreso de Carmen al pueblo había supuesto mucho más de lo que pensaba y, aunque atrás quedó lo que una vez sintió por ella, no podía evitar sentirse culpable por ello. Fuensanta no sabía nada de lo sucedido hacía tanto tiempo y no tenía ni idea de si sería bueno contárselo. Era demasiado tarde para pedir perdón y para que entendiera, pero confiaba en la bondad de su esposa. De todas formas no se merecía vivir en la ignorancia, no cuando cabía la posibilidad de que Valeria fuera hija suya. Exhaló todo el aire contenido e inspiró hondo por la nariz.

También estaba su hermano. Francisco aguantó durante muchos años la incertidumbre con la certeza de que Valeria era hija suya, pero José había estado fijándose, desde su última conversación con Carmen, y cada vez estaba más convencido de que la mujer podría tener razón. Los rasgos de su excuñada eran los que predominaban en su sobrina, aunque también había algo del padre en ella. Algo que bien podría ser suyo o de su hermano. ¿Tendría que recurrir a alguna prueba de ADN para confirmar sus sospechas? Pero ¿cómo podría hacerlo sin que Valeria hiciera preguntas?


···


Hace veintisiete años...

Una semana después de su primer encuentro a solas con José, Carmen no podía dejar de pensar en él, en la sensación de sus labios sobre los suyos y en la mirada que le dedicó antes de lanzarse a besarla. Definitivamente, no sintió lo mismo que con su novio, pero aquello debía quedarse ahí, en un encuentro fugaz, en un desliz que no se podía repetir.

Francisco la esperaba fuera y decidió no tardar mucho más. Echó un último vistazo a su espejo y esbozó una pequeña sonrisa.

—Todo va a ir bien —se dijo en un intento por convencerse.

Bajó las escaleras con rapidez y se despidió de sus padres, con los que aún vivía, antes de salir por la puerta. Su corazón dio un vuelco al ver a Francisco apoyado en su coche con una camisa negra ajustada a su cuerpo, unos pantalones vaqueros y unos zapatos del mismo color de la prenda que cubría su torso. Carmen cerró la boca al notar que la tenía abierta por la impresión y se acercó para darle un beso en la mejilla. Él la tomó de la cintura y antes de que se separara, le habló al oído.

—Estás preciosa —susurró.

Después notó su aliento rozar la piel de su cuello y su cuerpo tembló al instante. Su excesiva cercanía provocaba en ella algo inefable, lo que le bastaba para darse cuenta de que lo que vivió con su cuñado no llegaba a ninguna parte y nunca lo haría. No podía meterse con un casado.

—Gracias —murmuró.

Francisco se separó de ella y sonrió con ternura. Para él, que reaccionase así le decía mucho más que las palabras; los gestos no mentían.

—¿Preparada para una noche maravillosa?

Carmen contempló los ojos marrones de su galán y quedó embelesada, tanto que casi no fue capaz de responder a su pregunta.

—Estoy deseando que empiece —admitió.

—Ya lo ha hecho, preciosa —susurró.

La besó en la mejilla y ella sintió frío en cuanto el cuerpo de Francisco se alejó del suyo. Abrió la puerta del copiloto y no se fue de allí hasta que Carmen entró y cerró. Él lo hizo después y la llevó no muy lejos de allí, a un restaurante cercano a la zona de la ciudad donde ella vivía.

Durante toda la cena hablaron de muchas cosas, algunas de ellas les sirvieron para conocerse aún mejor. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más consciente era de que la amaba como a nadie. La consideraba el amor de su vida y quería pasar el resto de su vida con Carmen. Los nervios se instalaron en su estómago en forma de hormigueo constante. Era la primera vez que sentía algo así y no sabía si era porque estaba con ella o por la sorpresa que le tenía preparada.

Tras pagar la cuenta, la llevó andando hasta un parque cercano. No era cualquier parque, sino aquel al que fueron en su primera cita. Ella tenía dieciséis años, él diecinueve y fueron con carabina, por lo que no tuvieron mucha intimidad para hablar de sus cosas. Sin embargo, para ambos fue el comienzo de algo que poco a poco se convirtió en habitual, bonito y mágico.

Por eso era el momento de avanzar más en su relación.

Caminaron cogidos de la mano hasta que llegaron a un banco. Era el mismo en el que se sentaron en su primera cita, jamás lo olvidarían. Carmen se fue a sentar, pero al ver a Francisco arrodillarse, no fue capaz de realizar ningún otro movimiento que no fuera llevarse la mano a la boca.

—¿Qué haces? —preguntó entre sollozos.

Él solo carraspeó en respuesta.

—¿Recuerdas la primera cita que tuvimos? —Carmen asintió—. Yo estaba muy nervioso y solo quería abrazarte, pero tu madre no nos dejó a solas en ningún momento y tuve que contenerme. Cuando empezamos a salir solos lo seguí haciendo porque no quería que pensaran que me aprovechaba de ti, hasta que un día vi algo en tus ojos que me incitó a besarte. Desde ese entonces no he dejado de pensarte, de quererte y de desear formar una familia contigo. Por eso, si me lo permites... —Sacó una cajita negra de uno de los bolsillos de su pantalón—. Me gustaría que me aceptaras como tu esposo. —Abrió la caja mientras decía las últimas palabras y descubrió el anillo.

Carmen bajó la mano hasta su pecho sin dejar de sollozar. ¿Podía ser más feliz de lo que estaba siendo en ese instante?

—Sabes que sí —respondió con un hilo de voz.

Francisco sacó el anillo y se lo puso en el dedo. Después se incorporó y los dos se abrazaron.

—Soy el hombre más feliz del mundo.

—Y yo la mujer más feliz sobre la Tierra.

Dejaron de abrazarse y se miraron a los ojos antes de entregarse a un beso lleno de promesas.


···


Paco recordó con pesar la noche en la que pidió matrimonio a Carmen. En esos instantes jamás se imaginó lo que sucedería tiempo después, mucho menos tras los años. Y a pesar de todo seguía amándola y deseando que las cosas no fueran así entre ellos. Lo que más le molestaba, no obstante, era ver a su hija mal. Por mucho que intentara engañarlo, la veía cuando ella creía que no. No sabía lo que le pasaba, pero tampoco quería obligarla a que se lo contara. «¿Tendrá que ver con lo que le conté o habrá pasado algo de lo que no estoy enterado?». Pero sus pensamientos no le daban una respuesta clara. Colocó las manos bajo su cabeza en la cama y cerró los ojos, pero no conseguía conciliar el sueño. Era la primera vez en mucho tiempo que le costaba dormir. Podría ser una buena oportunidad de hablar con su hija de no ser porque estaría durmiendo y no quería despertarla.

—Ojalá las cosas fueran diferentes... —murmuró.

Sucumbir a lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora