Capítulo 54

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José volvió a casa pensativo y con la cabeza echa un lío. Tenía el corazón roto desde que tuvo aquella discusión con su hijo, también por lo que le dijo Valeria, e intuía que acabaría destrozado con la reacción de Fuensanta a lo que le contara. Giró la llave y abrió la puerta antes de sacarla de la cerradura. Entró, cerró y buscó a su esposa por toda la casa. En su camino ni siquiera se cruzó con su hijo, cosa que agradeció, aunque temió encontrarlo junto a Fuensanta porque en ese caso le costaría muchísimo iniciar la conversación. Para su suerte, la encontró en la habitación que compartían, sentada en la cama con la mirada fija en la pared.

—¿Cariño? —Ella volteó su rostro hacia él. José se percató de las lágrimas que caían por sus mejillas y de sus ojos rojos por el llanto—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?

—Estaba, José. Estaba llorando. No pensé que llegarías tan pronto y que me encontrarías de esta guisa... —explicó, secando sus lágrimas con el dorso de las manos.

Él se sentó a su lado en la cama e intentó agarrar sus manos, pero ella las retiró y se alejó de él, desviando su mirada en el proceso. Aquella reacción le advirtió que algo pasaba.

—No he sido capaz en todos estos días de preguntártelo por miedo a saber tu respuesta, pero creo que ha llegado el momento. —José tragó saliva mientras la escuchaba hablar—. ¿Es cierto que tuviste un affaire con Carmen?

Ella apretó los puños sobre su regazo, apretó los labios y volvió a mirarlo para ver cómo reaccionaba. Su marido suspiró y bajó la cabeza hacia sus propias rodillas antes de contemplarla.

—Es cierto.

Fuensanta se levantó de la cama en un impulso y permaneció de espaldas a él mientras inspiraba hondo. No quería volver a llorar.

—¿Cómo pudiste hacerlo? —cuestionó con la voz a punto de quebrarse. Giró sobre sus talones para enfrentarlo—. ¿Por qué no me dijiste nada?

José la miró con los ojos llorosos y algunas lágrimas resbalando por su rostro. Estaba ocurriendo lo que él había temido durante tantos años.

—Porque soy un cobarde, cariño —respondió y se levantó para poder estar a su altura—. No sé por qué lo hice... Simplemente me dejé llevar. Fue hace muchísimo tiempo y... Quise contártelo, pero nunca encontré el mejor momento.

—Aunque no me digas el momento exacto en el que pasó, no soy tonta, José. Las mujeres siempre intuimos cosas y, aunque me imaginé que algo así estaba pasando, jamás se me habría ocurrido creer que fuera cierto. Tú engañándome nada más y nada menos que con mi cuñada... ¡Y encima le dejé que pasara aquí unas semanas! Seguro que os habéis reído de mí a mis espaldas...

—¡Eso jamás, cariño! —exclamó él, agarrándola por los hombros—. No he vuelto a tener nada con ella ni con nadie, si es lo que te preguntas. Corté todo antes de que se casara con mi hermano.

El silencio se hizo entre los dos mientras ambos se mantenían la mirada. Fuensanta intentaba hacerse la fuerte por fuera, pero por dentro todo se estaba derrumbando. José, por su parte, no dejaba de llorar en silencio debido a todo lo que guardaba dentro desde hacía mucho tiempo.

—¿Sabes una cosa? —Fuensanta tragó saliva antes de continuar, sin dejar de observarlo e intentando que su voz sonara firme—. Supe que algo así sucedería desde el mismo instante en el que nos enteramos de que no podría tener hijos.

En ese momento, Manuel, que había vuelto del patio, escuchó a sus padres hablar en un tono de voz más alto del habitual y se detuvo a un lado de la puerta de la habitación. No era algo que le gustara hacer, pero en esa ocasión sí para saber si su padre al fin se estaba sincerando con su madre.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now