Capítulo 44

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No podía más. La conversación con su padre fue demasiado para él y, tras calmar a su madre con una mentira, decidió marcharse durante unas horas, las que fueran, para alejarse de todo lo que atormentaba su mente. Si lo que le contó su progenitor era cierto, entonces podía estar casi seguro del cambio de su parentesco con Valeria. Pero, por otra parte, no quería que lo fuera. ¿Dónde quedaría entonces su amor? «Ya me estoy encargando yo solo de que las cosas se fastidien», se dijo a sí mismo. No fue buena idea intentarla olvidar con Margarita porque era imposible, su corazón no estaba dispuesto a que lo hiciera.

Esa vez fue en coche a la ciudad para reunirse con su amigo Fran, al que avisó con poca antelación. Fue a su piso y allí Manuel le contó que había decidido darle otra oportunidad a Margarita. Su amigo no le preguntó nada sobre Valeria y en parte lo agradeció porque no quería hablar del tema.

—Venga, te invito a un nuevo bar que he descubierto y que tiene unas tapas que te van a encantar —propuso Fran.

Manuel estuvo de acuerdo y ambos fueron en su coche hasta el centro de la ciudad. Una vez dentro del bar, el único que se puso a beber como si no tuviera otra cosa que hacer fue el que tenía el coche. Fran solo se tomó una cerveza antes de probar los suculentos manjares de ese día. Minutos después, tanto el artesano como el camarero siguieron callados mientras el segundo observaba intranquilo la forma de beber del primero. Manuel desabrochó el primer botón de su camisa, acalorado.

—Siempre me he considerado un ganador en el amplio sentido de la palabra, pero por primera vez estoy destinado a ser quien pierda. —Manuel centró su mirada en algún punto por detrás de su amigo Fran.

Este supo que ya había bebido suficiente. Lo conocía, sabía que solo hablaba de esa forma cuando tenía unas copas de más.

—¿Lo dices por Margarita?

—No.

Quedaron en silencio mientras Manuel bebía otro sorbo de whisky.

—¿Entonces por quién?

—Es un amor imposible... Prohibido —especificó.

Fran estudió su rostro en busca de algo que le indicara a qué se refería, pero no lo encontró. Manuel bebió otro trago, y otro, bajo la atenta mirada de su amigo.

—Debes estar muy enamorado... Pero no por ello debes beber así. ¿Acaso lo haces para olvidar? ¿Es eso? —cuestionó y remangó su jersey gris hasta los codos.

Manuel frunció el ceño y cerró los ojos. Apretó los labios mientras pasaba su mano por toda la cara, como si quisiera quitarse de encima todo lo que le pesaba.

—No quiero olvidarla y aunque fuera el caso dudo que pueda hacerlo... La tengo clavada muy hondo en mi corazón. —Abrió los ojos e hizo un mohín.

—¿Es la chica que llevaste al restaurante aquella vez?

Manuel bajó la mirada hacia el vaso y se centró en el líquido que contenía. No pretendía contarle que esa chica era su prima —más bien hermana tras la conversación con su padre—, pero igual podría responderle omitiendo ese dato.

—Sí.

Fran entrelazó los dedos al apoyar sus codos sobre la mesa de madera. Acercó la cara y apoyó la barbilla sobre las manos sin que su mirada se desviara de Manuel.

—¿Qué haces con Margarita entonces? ¿Ella sabe todo esto?

Manuel volvió a beber, terminando al fin con el líquido que quemaba su garganta. Soltó el vaso sobre la superficie y miró a Fran de forma directa.

—Algo sabe —admitió.

El camarero bufó y apartó la vista de su amigo para mirar a otro punto del bar. Todo estaba tranquilo a su alrededor y los dos lo agradecían para no tener que hablar muy alto.

—¿Y está de acuerdo?

—No sé si lo estará, pero en caso negativo dudo mucho que se hubiera prestado a todo esto. Lo que sí puedo asegurarte es que si veo que no consigo olvidarla, lo dejaré con Margarita porque lo último que quiero es que ella salga lastimada. No se lo merece.

—Eres un capullo, pero con buen corazón.

—Mira quién fue hablar —se burló Manuel.

Y Fran fue capaz de ver un atisbo de sonrisa en su rostro. Al verlo con intenciones de pedir otra copa, él se adelantó para pedir la cuenta.

—Venga, será mejor que nos vayamos. Ya has bebido suficiente, te llevo a casa.

Tras pagar él porque Manuel ni siquiera era capaz de tenerse en pie, Fran salió del local sujetando a su amigo para que no se chocara con otras mesas y sillas a su paso. En cuanto el aire les dio en la cara, Manuel se espabiló un poco, pero seguía ebrio y Fran no podía dejar que se fuera solo por mucho que insistiera. Buscó las llaves en los bolsillos de su pantalón y cuando las encontró, abrió el coche y lo ayudó a sentarse en el lado del copiloto. Cerró la puerta y entró en el coche. Arrancó el motor pensando en el lugar al que podría llevarle y solo se le ocurrió un destino.


···


Tras avisar a Margarita con un mensaje de texto y haber recibido su confirmación, llegó al piso de la mujer y salió precipitadamente del vehículo. Manuel estaba despierto, pero no realizaba ningún movimiento en favor o en contra. Parecía ido. Ella, que los había estado esperando en la calle, se apresuró a ayudar a Fran. Entre los dos, y con algo de dificultad, subieron hasta la planta donde vivía y entraron en la vivienda con rapidez. Lo soltaron en el sofá y él se recostó sin cerrar los ojos aún. Acompañó a su amigo a la puerta.

—Lo siento, no sabía a quién acudir. No creo que hubiera sido buena idea llevarlo a su casa... Además, no tendría cómo volver después.

—No te preocupes, aquí estará bien —aseguró.

—Toma, por si mañana pregunta por el coche. —Le ofreció las llaves del coche de Manuel—. Yo me iré andando a casa o en un taxi.

Se despidieron con un beso en las mejillas y ella cerró la puerta. Volvió al salón y vio que Manuel tenía la mirada perdida en algún punto de la mesita que había frente al sofá. Se agachó para observarlo de cerca y él entonces posó sus ojos sobre ella.

—Lo siento... —murmuró con un suspiro—. Siento no poder corresponderte como mereces...

El corazón de Marga latió a toda velocidad. Supo que no había olvidado a su prima, cosa que ya intuía desde ese beso improvisado en la calle.

—No te preocupes, lo entiendo.

—Pero no te mereces esto... —balbuceó—. Eres una buena mujer, pero mi corazón está preso... ya está ocupado.

—Lo sé. —Y esa vez fue ella quien soltó un suspiro.

Manuel extendió el brazo como pudo en busca de la mano de su amiga, pero le costó tomarla.

—¿Podrías ayudarme?

—¿A qué? —quiso saber, aunque creía tener la respuesta antes de que él se la diera.

—A... A saber si ella es...

Su amigo cerró los ojos y ella esperó a que siguiera hablando, pero unos segundos después supo que se quedó dormido por el sonido de su respiración. No quiso despertarlo y decidió que retomaría el tema al día siguiente. No dejaría que se fuera de allí sin terminar esa conversación.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now