Capítulo 20

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Volvieron caminando y cogidos de la mano, riendo mientras se contaban confidencias. Recordaron viejos tiempos antes de que ella y sus padres se fueran del pueblo, cuando Valeria tenía nueve y él catorce.

—Ahora que lo pienso, y recordando lo que hablamos hace semanas, tenías razón: tenía a algunas chicas locas —comentó Manuel—. Pero, aunque coincidimos también en secundaria, la verdad es que nunca me interesaron. Conocerlas de toda la vida me impedía querer algo más con ellas. Sin embargo, en la universidad sí que tuve algunos rolletes.

—Yo en la universidad tuve a un chico detrás que estaba loquito por mí, pero la verdad es que yo no quise nada. Ni con él ni con nadie. Mis prioridades eran otras... —Valeria sonrió y apretó la mano de Manuel—. Cuando terminé mis estudios y empecé a trabajar sí que tuve algunos rollos, pero nunca me involucré demasiado con nadie. Creo que en el fondo todos terminaban alejándose por León...

Manuel apretó la mandíbula. Solo escuchar ese nombre le ponía de mal humor, pero tras la reconciliación con su prima no quería volver a meter la pata y no mencionó nada. No obstante, Valeria intuyó que debía dejarlo ahí y no siguió hablando.

El silencio se hizo entre los dos durante el resto del recorrido.

Cuando llegaron a la puerta de la casa de ella, se detuvieron. Aún seguían con las manos entrelazadas y Manuel bajó la mirada para observarlas. Movió un poco el brazo, haciendo que el de ella se uniera al balanceo.

—Vente a mi casa a dormir —propuso, levantando el rostro para contemplarla.

El corazón de Valeria bombeó la sangre con más intensidad que antes, si eso era posible.

—¿Quieres que vuelva a dormir en tu habitación?

—No me importaría —contestó él con una sonrisa. Se acercó a la oreja de Valeria y susurró—. Me gusta imaginarte en mi cama, aunque yo no pueda acompañarte.

Al sentir el aliento de su primo tan cerca de su cuello se estremeció, pero al contrario de lo que esperaba, él permaneció ahí porque no había terminado de hablar.

—Podemos aprovechar y terminar lo que empezamos ayer... —añadió.

—Me encantaría —le dijo ella al oído también. Y aprovechó para darle un beso en el cuello antes de separarse—. Pero déjame que avise a mi padre antes de irnos.

Solo tardó unos segundos en hacerlo y al regresar, él volvió a agarrar de la mano a Valeria para llevarla a su casa. Sus padres estaban allí, pero siendo primos no se extrañarían de verla allí. En cuanto entró por la puerta, soltó la mano de la chica y se adelantó hacia el salón. Ella le escuchó hablar desde donde se encontraba, ya que no se había movido de aquel pasillo. Manuel volvió en unos segundos y le dijo en voz baja:

—Ya les he avisado de que te quedas a dormir y de que estaremos viendo alguna película hasta tarde.

No volvieron a decir nada hasta que ya estuvieron en la caseta de él.

—Mis padres se acostarán en breve así que no nos molestarán. —Esbozó una media sonrisa.

Valeria, como si estuviera en su casa, fue hasta el ordenador encendido de su primo. Movió el ratón, quitando la suspensión, y apareció la pantalla de inicio.

—La contraseña es uve mayúscula, a, ele, e, erre, i, a, signo de exclamación, mil novecientos noventa y dos, signo del dólar.

Su prima fue tecleando lo que decía y al darse cuenta de lo que significaba la contraseña no supo qué decir. Cuando desbloqueó el portátil, abrió el navegador y buscó una canción de tango que había practicado mucho en su día y que le encantaba.

—¿Estás preparado? —Giró la cabeza para mostrarle una sonrisa pícara.

Esa noche no sería como la primera vez que bailaron.

—Lo estoy desde que entramos por esa puerta —respondió mientras se acercaba a ella.

Se había desabrochado los primeros botones de la camisa.

Valeria dio al botón de reproducir y se incorporó antes de girarse por completo hacia su primo. En cuanto la música empezó a sonar, ella se acercó a Manuel paso a paso y con un leve movimiento de cadera, hasta que se colocaron en posición. Sus miradas conectaron y empezó el movimiento de piernas sin desplazarse aún. Él abrió las piernas y ella movió la suya izquierda antes de colocarla sobre la de Manuel. La bajó y subió con una lentitud que provocó a su pareja de baile, aunque solo la atrajo más hacia él. Su mano, que se encontraba en mitad de la espalda de la chica, se trasladó hacia abajo.

Empezaron a moverse por el lugar evitando los diferentes obstáculos, como el sofá y las paredes. Los dos conocían el espacio bastante bien y no fue una tarea complicada. Al llegar al espacio amplio cercano a la puerta, se detuvieron y Valeria movió sus piernas en el sitio, levantándolas y enroscándolas en torno las de Manuel, una cada vez.

—Esto es aún peor de lo que imaginé —comentó él—. Ahora me quedaré con muchas más ganas...

Y dicho eso, inclinó el cuerpo de Valeria hacia atrás y con su mano acarició el cuerpo femenino, tocando solo la parte central desde el escote hasta el ombligo. Ella se incorporó y él repitió la acción anterior, esa vez doblando el suyo hacia adelante. Sus labios quedaron a escasos centímetros de los de Valeria, pero, por mucho que lo deseara, no la besó. Volvieron a la postura original y siguieron bailando, dejándose llevar cada vez más con cada uno de sus movimientos.

Al terminar, cuando la música dejó de sonar, Manuel apoyó su frente sobre la de ella.

—Vete porque si sigues un minuto más aquí no sé lo que podría pasar.

Valeria posó sus manos sobre el pecho de su primo y fue subiéndolas hasta el cuello. Enredó sus dedos en el cabello de Manuel y sin pensárselo mucho le besó. Fue corto, pero igual de intenso que otros anteriores. Tampoco quería tentar a la suerte demasiado.

—Podría haberte ofrecido dormir juntos sin que pasara nada, pero después de este beso creo que será imposible —confesó Manuel.

—Mejor que no porque solo Dios sabe lo que podría pasar...

Valeria sonrió y él le devolvió el gesto.

—Buenas noches —se despidió ella, sin moverse aún del sitio.

—Buenas noches —repitió él.

La chica caminó hacia atrás, ya que no quería dejar de observar a su primo, hasta que su espalda chocó contra la puerta. A duras penas se giró, abrió la puerta y la cerró de nuevo al salir. Se apoyó sobre ella durante unos segundos en un intento por recuperar el ritmo normal de su respiración y de sus latidos.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now