Capítulo 11

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Esa misma noche, durante la cena, no fue capaz de despejar su mente. Las imágenes del beso se repetían una y otra vez en su cabeza. Como es obvio, tenerle al lado tampoco ayudaba. La mesa no era demasiado grande, tampoco tan pequeña, pero Manuel y Valeria estaban muy pegados. Fuensanta era quien presidía la mesa al lado de su hijo, mientras que José y Paco estaban sentados frente a ellos. Su primo aprovechaba cuando ninguno de los tres miraba para acariciarle la pierna. La chica descubrió que había dejado de respirar cuando su primo retiró la mano, unos segundos después. Ni siquiera estaba prestando atención a la conversación, por eso cuando su tía se dirigió a ella no reaccionó de inmediato.

—Tenemos una sorpresa para ti, pero tendrás que quedarte hasta las doce.

Valeria, que apenas estaba pendiente, recibió una palmadita de su primo y miró a la mujer.

—Perdona, ¿qué?

Fuensanta le repitió el anuncio creyendo que su concentración apenas le había permitido estar pendiente de la conversación.

—¿Para qué? —quiso saber la chica.

—Ya lo verás —intervino su tío.

Ella asintió y no volvió a hablar en toda la cena. Miró a su padre y él le dedicó una sonrisa. Se preguntó entonces qué estarían tramando todos.

Cuando terminó, recogió sus platos y ayudó a quitar el resto de la mesa. Cuando quedaba poco en la mesa, Manuel no permitió que continuara y se la llevó a su habitación. Cerró la puerta y se dirigió a ella. Aún seguía de pie en medio del dormitorio. En dos pasos llegó hasta donde estaba y la agarró por la cintura, atrayéndola hacia su cuerpo. Juntó su frente con la de ella y, con los ojos cerrados, dijo en voz baja:

—No sabes las ganas que tenía de estar a solas contigo...

Abrió los ojos e intentó besarla, pero ella se lo impidió.

—Aquí no, alguien podría venir...

Valeria intentó separarse y él la dejó libre. Tenía razón, al fin y al cabo, aunque no fuera su raciocinio lo que imperaba en ese momento.

—Nadie va a entrar, Valeria —aseguró, hablando aún en voz baja—. Mis padres respetan mi intimidad.

—Y el mío también, pero ¿no crees que es raro que estemos aquí encerrados? Tú y yo, además de primos, somos un hombre y una mujer en una habitación con una cama. ¿Qué crees que pensarán?

—¿Y qué pensaste tú cuando nos besamos hace unas horas? —inquirió él.

Eso calló a Valeria. Dio varios pasos hacia atrás y se sentó en la cama. Soltó un largo suspiro antes de echar la cabeza hacia atrás, dejándose caer sobre la colcha.

—Esa no es la cuestión.

Manuel se acercó a ella y se sentó en la cama, a su lado.

—No pensemos en eso ahora, ¿vale? —propuso, buscando la mano de su prima para acariciarla—. Sonríe, por favor, no quiero que la noche se estropee por mi culpa.

Le costó, pero al final consiguió sonreír. Se incorporó sobre la cama y miró a los ojos a Manuel.

—Creo que lo de antes no debería volver a repetirse —manifestó, con el rostro serio.

La expresión de Manuel cambió al escuchar esas palabras.

—¿Por qué? ¿No te gustó?

—Está mal.

Manuel la tomó de la barbilla y sintió el temblor en su prima. Acercó su rostro al de ella sin dejar de mirarla a los ojos.

—Si quieres que todo vuelva a ser como antes, dímelo y zanjamos esto aquí.

—¿Seguro?

Él asintió.

Alguien llamó a la puerta, dejando en el aire la respuesta de Valeria. Los dos se separaron.

—Manuel, hijo, tu padre te llama para que le ayudes.

—Ahora voy.

Se levantó de la cama y se marchó, dejando sola a Valeria. La último que había dicho su primo se repitió varias veces en su cabeza. ¿De verdad quería parar con aquello? Le había gustado el beso, muchísimo, pero estaba mal. «¡Somos primos! ¿Cómo va a estar bien?», pensó.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now