Capítulo 39

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Volvieron al pueblo y aparcó en la misma calle donde vivía, pero no delante de la puerta, pues ese sitio ya había sido ocupado por otro vehículo. Cuando volvieron a estar en el interior de la vivienda, su padre ya no estaba. Valeria sintió un cosquilleo cuando se percató de eso y encontró la mirada azul de León sobre ella.

—Ha sido toda una experiencia ¿eh?

—Sí, aunque he temido por mi vida, que lo sepas —bromeó.

—¡No seas idiota! —exclamó dándole un golpe con el puño en el hombro.

Él se dejó balancear por la fuerza de Valeria y se observaron cuando volvió a la postura anterior. La chica suspiró y lo sobrepasó para entrar en el salón y sentarse en el sofá. Apartó el mando de la televisión de su lado y lo colocó sobre la mesita mientras veía a León entrar y acercarse para acompañarla.

—¿Crees que hiciste bien terminando la historia con tu primo? —susurró con miedo de que Paco siguiera en casa sin que ellos lo supieran y pudiera escucharlo.

Valeria pasó la mano derecha por su pelo para peinarlo con los dedos y bajó la mirada hacia el suelo de la estancia.

—Hice bien, otra cosa es que yo me sienta así. No dejo de pensar en muchas cosas a la vez y siento que el mundo a mis pies se abrirá en cualquier momento para absorberme. —Le dedicó una mirada antes de seguir, aunque no pudo frenar las lágrimas que empezaron a brotar—. No niego que me siento algo aliviada, pero no lo suficiente. No hasta que no consiga hacerme alguna prueba o hasta que alguien me asegure si estamos o no en lo cierto. Si somos o no hermanos... —Suspiró.

León colocó sus manos sobre el rostro femenino en un impulso y secó sus lágrimas con los pulgares. Lo hizo con suavidad, como si temiera que fuera a romperse en mil pedazos.

—Nena, pase lo que pase me tendrás aquí, lo sabes ¿verdad?

Acercó su rostro al de ella para apoyar su frente sobre la de Valeria. Los dos cerraron los ojos y disfrutaron de la sensación que ambos sentían en sus cuerpos, aunque ninguno de los dos fuera del todo consciente de las emociones del otro.

—Lo sé y menos mal que te tengo aquí. No sé qué habría sido de mí si me encontrara sola en estos momentos... —murmuró.

—Tienes a tu padre... —le recordó.

—Sabes que no me refiero a eso —expuso, abriendo al fin los ojos.

León suspiró y abrió los ojos, encontrándose con la mirada clara de Valeria. Se separó unos centímetros y, por un momento, se centró en los labios de la chica. Fue solo un segundo, pero su corazón palpitó con fuerza al pensar en la posibilidad de besarla.

Finalmente se alejó de ella.

···

Esa misma noche, León no podía dormir pensando en Valeria, en las pecas que adornaban su rostro, en sus ojos verdes y en esa boca que tuvo la tentación de besar horas antes. Tenía las manos tras la cabeza y la mirada perdida en el techo. Empezaba a hacer calor y por eso dormía solo en pantalones, sin la camiseta que solía usar en invierno para no tener frío. Recordó esa mirada que le dedicó cuando irrumpió como un huracán en su habitación esa mañana. Sonrió sin mostrar los dientes y cerró los ojos, pero pronto los abrió de nuevo. Incorporó su cuerpo sobre la cama y salió de ella con movimientos torpes. Su intención era escapar de esas cuatro paredes y, de ser posible, salir a fumar un poco. Prometió que no volvería a hacerlo, pero no podía más con sus emociones así que cogió el paquete de tabaco, lo guardó en su bolsillo y rebuscó entre su ropa para ponerse una camiseta de manga larga. Con sigilo, se fue de la habitación y cerró con cuidado de que nadie lo oyera. No avanzó mucho más al llegar a la puerta de Valeria, que también estaba cerrada. La observó por unos segundos hasta que apoyó la cabeza sobre la superficie y la mano izquierda sobre el pomo.

Abrir o no abrir. Entrar o no entrar. Esas eran las dos cuestiones que rondaban su mente.

Cerró los ojos y emitió un largo suspiro. «Debí mantenerme alejado de ella para no sentir esto que siento, para evitar que todo esto se hiciera más grande. Ahora ya es tarde para salir huyendo...». Soltó el pomo de la puerta y cerró la mano en un puño antes de retirar su cabeza de allí. Giró sobre sus talones y bajó por las escaleras hacia la puerta de la calle.

···

Valeria despertó a mitad de la noche con sed y se levantó para ir a la cocina. Mientras bajaba las escaleras, vio una franja de luz que entraba por la puerta, que estaba encajada- Lejos de alejarse en busca del vaso de agua, se acercó con curiosidad. Supo quién estaba allí al notar el olor a tabaco. Abrió la puerta y no lo vio hasta que se asomó y lo encontró al lado derecho.

—¿No me dijiste que no volverías a hacerlo? —Se cruzó de brazos.

León giró el rostro y ella notó un brillo extraño en sus ojos que la encandiló. Él retiró el cigarro de sus labios antes de responder a su amiga.

—Sí, pero no podía dormir. Supuse que si fumaba un poco lo conseguiría... —Se encogió de hombros y esbozó una pequeña sonrisa.

Dio otra calada al cigarro, esta vez más profunda, y retiró la mirada de la chica. Valeria se quedó observándolo como si no pudiera hacer otra cosa, como si la luna que había sobre sus cabezas estuviera haciendo de las suyas con ellos, aunque solo lo sintiera ella. No sabía qué pasaba con ella ni por qué tenía esas sensaciones extrañas cada vez que estaba cerca de León, pero no quiso darle muchas vueltas. Sobre todo cuando los ojos azules de su amigo volvieron a ella.

—He estado pensando en algo —dijo al cabo de unos segundos.

—¿En qué? —Valeria entrelazó sus dedos en un intento porque sus manos dejaran de temblar.

—Quizá sea una locura, pero estoy dispuesto a intentarlo...

La chica notó cómo los latidos de su corazón aumentaron su ritmo y se frotó las manos como si tuviera frío en ellas, aunque no fuera esa la razón real por la que lo hacía. León dio una última calada y tiró el cigarro al suelo, que pisoteó después para que se apagara. Tomó las manos de Valeria al ver que temblaban y las calentó con las suyas tras comprobar que estaban un poco frías. Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz baja.

—Si quieres asegurarte de que Manuel no vuelva a acercarse a ti, al menos mientras no sepáis que lazos os unen, te propongo que finjamos ser novios. Sé que terminará de odiarme por esto y que yo mismo me arriesgo, pero será lo mejor para vosotros.

Ella permaneció callada, impresionada por la propuesta de su amigo.

—¿Estás seguro? No quiero que sufras...

—Lo haré bajo mi propio riesgo —prometió.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now