Capítulo 53

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Tras una larga jornada de trabajo, Valeria al fin podía permitirse descansar un poco en el sofá de su piso. Tenía la televisión encendida, pero no veía nada concreto. Sus ojos además se cerraban por el cansancio por mucho que intentara mantenerse despierta. Durante unos minutos quedó traspuesta y se sobresaltó al escuchar el timbre de la puerta. Acudió a ella con rapidez y vio quién era a través de la mirilla. Sorprendida, abrió.

—¿Puedo pasar?

—Claro, tío, adelante.

No pasó desapercibido para él la mirada de su sobrina. Avanzó hasta el salón sintiéndose observado y se giró a la espera de que ella se acercara.

—Me alegra que hayas venido así me ahorro tener que ir al pueblo solo para pedirte un favor.

No supo de dónde sacó el valor para decir aquello, pero lo hizo. José la miró desconcertado.

—Y yo he venido a pedirte otro favor. ¿Puede que sea el mismo?

—No lo sé, tú dirás... —respondió, cruzándose de brazos al quedar a unos metros de él.

Su tío relajó los hombros y suspiró.

—Me gustaría que nos hiciéramos una prueba de paternidad. Mi hermano ya me ha dicho que lo sabes...

No pudo ser lo sutil que a Paco le habría gustado, pero al menos no le había dado muchas vueltas al asunto.

—Entonces sí que es lo mismo porque ese era el favor que quería pedirte.

José notó el desprecio en su voz y la tristeza se apoderó de él por completo. No solo había decepcionado a su hijo, también a la que por tantos años creyó su sobrina. Solo le quedaba defraudar a Fuensanta e intuyó que eso sería más pronto que tarde.

—¿Puedo decirte algo?

—Adelante —le instó.

—Yo... Lo siento mucho, Valeria. Hace muchos años ya que pasó, pero no creas que el recuerdo no me atormenta todas las noches...

—Faltaría más que no lo hiciera. ¡Te acostaste con mi madre! ¡Traicionaste a tu hermano! Y ahora yo tengo que pagar por las consecuencias... —Esto último lo murmuró, pero José igual se enteró.

Él no supo a lo que se refería, pero tampoco quiso probar su suerte.

—Lo sé. Hace años pedí perdón a Paco, le prometí a él y a mí mismo que no volvería a suceder y lo he cumplido. Solo quería que supieras que siempre me he arrepentido de eso y que lo siento mucho. Por ti, por mi hermano y por todos.

—¿Mi tía lo sabe? —cuestionó.

Le estaba empezando a hervir la sangre.

—Nunca lo ha sabido, pero de hoy no pasa que se lo cuente.

—Pues debiste hacerlo, ahora puede ser tarde para que te perdone, si es que lo hace porque lo que hiciste es imperdonable.

—Soy consciente y estoy dispuesto a pagar por esas consecuencias de las que hablas y de las que soy responsable. Manuel no me habla desde la última vez que hablamos...

El corazón de la chica se sobresaltó al escuchar el nombre de su primo, pero se mantuvo en la misma postura y con la misma expresión en el rostro.

—Es lógico, ¿no crees? Los hijos tendemos a subir a un pedestal a nuestros padres y creemos que allí estarán durante toda nuestra vida hasta que nos decepcionan y caen estrepitosamente. Subir la primera vez es fácil y no lleva mucho tiempo, pero ganarse ese puesto de nuevo no lo es. Lleva sangre, sudor y lágrimas. Es necesario mucho más que el amor que puedas darle como padre.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now