CAPÍTULO 59

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– ¿No me puedes decir su nombre? – pregunta mi padre por quinta vez en menos de diez minutos.

– Papá, ya te he dicho que cuando llegue te lo presento. – Mi padre resopla en desacuerdo, pero no dice nada.

Ayer después de que Adrián me contase sobre su accidente, después de llorar en los brazos del otro y después de un cómodo silencio, donde únicamente se oían nuestras respiraciones alteradas por el llanto hasta que conseguimos normalizarlas; cada uno se fue por su lado. Adrián llamó a su padre para que lo recogiese en el parque donde nos encontrábamos, mientras que esperábamos Adrián me preguntó a qué hora debía venir a casa, la verdad es que me hizo mucha ilusión, aunque el nerviosismo también está presente en mi cuerpo desde que le dije la hora. Se que mi padre no le va a hacer nada, pero no me gustaría que le mandase incómodas miradas, solo por el hecho de ser mi novio.

El timbre suena sacándome de mis pensamientos. Miro el reloj, ha llegado puntual.

Me levanto del sofá donde estoy sentada con mi padre, que está viendo un documental de peces del océano pacifico, y me dirijo a la puerta para dejar pasar a Adrián, pero eso no es posible, porque mi padre me tira al sofá con un pequeño y cariñoso empujón y se dirige a la puerta.

Antes de que pueda llegar para pararle, su mano ya está en el pomo, tirando de él para poder ver quién es el que se encuentra detrás de la puerta.

El asombro surca todo su rostro cuando ve a Adrián esperando fuera.

– Buenos días – dice Adrián rompiendo el silencio que se ha formado cuando mi padre vio quien estaba tras la puerta.

– Hola – saludo mientras esquivo a mi padre y lo aparto con un pequeño empujón del medio del pasillo para dejar entrar a Adrián. – Pasa cielo.

Adrián asiente, pero antes de pasar vuelve a mirar a mi padre, quien solo asiente. Sus manos agarran las ruedas y se impulsa hasta el interior de mi casa.

– ¡Adrián, cuanto tiempo! – dice mi madre bajando las escaleras. – La comida ya está preparada, vamos amor. – le dice a mi padre, quien cierra la puerta y se dirigen al pequeño comedor donde mi padre y yo pusimos la mesa hace un rato. Cuando desaparecen me giro a Adrián que se está quitando un abrigo fino que lleva. Ya no estamos en verano y se nota.

– Tampoco ha ido tan mal. – le digo quitándole el abrigo de las manos y colgándolo en unas perchas que tenemos en la entrada.

– ¿Tú crees que va a ir bien? – pregunta él.

– Sé que todo saldrá bien. – le confirmo mientras me acerco a sus labios y le robo un beso antes de que empiece a negarlo.

Sin decir más agarro de las empuñaduras de su silla y le empujo con cuidado de no chocar con nada hasta el comedor.

Mis padres están sentados en la mesa rectangular, uno al lado del otro. Adrián empieza a empujarse hasta la silla que hay delante de mi padre, y en vez de apartarla para colocar su silla en su lugar, con la agilidad que le caracteriza se sienta en la silla del comedor. Para mis padres, e incluso para mí no es algo grande; sin embargo, para él significa una cosa: "yo puedo".

Cuando está apoyado completamente en la silla del comedor, muevo la silla de Adrián hasta la pared, después me siento a su derecha.

Mi madre sirve a todos la comida mientras que mi padre solo miraba fulminante a Adrián.

– Espero que te guste – le dice mi madre con una sonrisa antes de empezar todos a comer.

– ¿Desde cuándo estáis saliendo? – pregunta mi padre mientras pincha con el tenedor una patata de su plato.

SOLAMENTE NOSOTROS DOSWhere stories live. Discover now